La palabra “liderazgo” irrumpe con fuerza en este cambio de época. Lo que no sé es si emerge para resucitar viejos liderazgos renombrados de otra manera o como una nueva forma de entender una función que es esencial y que vive un momento de mutación importante. No olvidemos que en tiempos de transición resurgen con fuerza los autoritarismos que ofrecen certezas y seguridades por doquier.

Normalmente, “liderazgo” es un término que empleamos con carácter sustantivo, inalterable. Solo se ve moldeado por adjetivos diversos: liderazgo relacional, generativo, trasformador, digital u horizontal, entre otros. El liderazgo permanece, los adjetivos cambian. Acaso llegó el momento de elevar la mirada.

¿Qué sucede cuando ponemos en relación cuidado y liderazgo? Quizá el cuidado cuestiona al liderazgo normativizado, a su naturalización como algo intocable. Y constituye una enmienda a la masculinización de su contenido en términos de competitividad, verticalidad, dominio y control. El liderazgo que viene polemiza su relación con el poder o con la forma de entender y ejercer el poder en las organizaciones. En los tiempos que vivimos, el liderazgo se transforma no en los adjetivos que lo acompañan, sino en su misma esencia, convirtiendo el cuidado en una red de vínculos colaborativos en los espacios donde trabajamos.

En un mundo en tránsito, el liderazgo se trasforma de manera sustantiva. Avanzamos en esa mutación epocal entre lo viejo que ya no se sostiene y lo nuevo que emerge y que hay que ayudar a nacer. Vivimos en una especie de experiencia terminal colectiva (“algo se acaba”) porque ya no da más de sí un mundo acelerado por la producción indefinida, el rendimiento inmediato y la obtención de beneficios a costa de lo que sea. Y no lo olvidemos: la educación ha sido funcional a ese patrón civilizatorio.

Para el creador de la teoría U, Otto Sharmer, vivimos una época de fracasos institucionales masivos. Nos hallamos ante el final de ciertas mediaciones culturales, religiosas, económicas y políticas obsoletas. Nuestras instituciones tienen enormes dificultades para responder adecuadamente a la complejidad, volatilidad e incertidumbre de nuestro presente. Es el final del pensamiento fragmentario y de la respuesta especializada. Estamos atascados y presos del lugar interior desde el que operamos y que sentimos ya no da más de sí.

Si tenemos en cuenta esta reflexión, nos podemos percatar rápidamente que resulta insostenible un tipo de liderazgo al servicio del viejo mundo. Al mismo tiempo, experimentamos la necesidad de parar y valorar otro modo de ser y hacer que ponga la vida vivible y sostenible en el centro.

Podríamos hablar de un liderazgo que cuida al compás de esa transición local y global que estamos atravesando como humanidad. Si tuviéramos que pensar en una descripción para echar a andar, ofrezco la siguiente:

Un liderazgo cuidador es aquel que pone su atención en el lugar interior desde el cual educamos y nos relacionamos, buscando la más alta posibilidad de futuro de la organización. Es el resultado de un desplazamiento interior que ayuda a recolocarnos en la organización de forma eminentemente colaborativa.

El liderazgo que cuida ha interiorizado el cuidado como la oportunidad de favorecer modos de vida más conscientes, sostenibles, equitativos y co-creativos. El cuidado, entonces, no es una práctica más, sino una forma de entender el vínculo relacional como aquella dimensión que cuestiona al mismo liderazgo ejercido como dominio, control y expresión de fortaleza. El cuidado, así, no adjetiviza el liderazgo sino que asume una nueva forma de comprender y ejercerlo a la luz de los nuevos tiempos a los que nos estamos enfrentando como humanidad, y que tiene una expresión bien concreta en el mundo de las organizaciones.

Por eso hablamos de un liderazgo partera. Hay que forzar que nazca el cuidado para que pueda ser. No viene sin más, hay que ayudar a que salga a la luz. Porque, entre otras cosas, se trata de un liderazgo mancomunado, con muchos rostros y aportaciones diferentes.

En las próximas entradas en este blog iremos presentando las diferentes características que ha de tener, a mi entender, un liderazgo que cuida y que entre todas y todos hemos de sembrar. Ojalá sea motivo de reflexión y de conversación en nuestras instituciones.

Cuidarnos

 PROMESA Y CUIDADO

Heredamos una cultura capitalista que promete lo que no puede dar: riqueza expansiva que culmina en el delirio de lo ilimitado.

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