Justamente en este momento en que escribo estas palabras me hallo en el tren camino de Madrid. Voy en el vagón de silencio, lo cual ayuda a pensar mucho (no sé si esto es bueno o malo) y, de repente, me ha venido a la cabeza la ley 0 de la Termodinámica. Bueno, de repente no. Me ha venido a raíz de una reflexión acerca de cómo, tal y como decía Aristóteles, «en el punto medio está la virtud».
Volviendo a la ley 0 de la Termodinámica, esta dice que si juntamos dos cuerpos de diferente temperatura, habrá un trasvase de calor del cuerpo de mayor temperatura al de menor temperatura, hasta alcanzarse un equilibrio térmico (esto es, ambos cuerpos adquieren la misma temperatura). Pero, además, si dos cuerpos en equilibrio térmico los unimos a un tercer cuerpo de diferente temperatura, los tres alcanzarán un equilibrio térmico. No sé, es como si el equilibrio fuera la tendencia natural y deseable cuando dos cuerpos en puntos diferentes se unen de verdad.
Si te pones a pensar en ello, realmente es ese anhelado punto medio el que nos da paz. Es como el equilibrio térmico: un punto en que ya el valor de la temperatura es estable, no experimenta ni subidones ni bajones. No confundamos el punto medio con lo mediocre. Lo mediocre es lo que, sin ser del todo bueno ni del todo malo, tampoco es satisfactorio. El punto medio, sin embargo, sí lo es. Es el punto del equilibrio, de la serenidad, de la tranquilidad.
No sé si a alguno de ustedes les pasa, pero yo tengo la sensación de vivir cada día entre opuestos: prisas desasosegantes (no solo las que vienen de fuera, sino las que yo misma me pongo para alcanzar algo) que contrastan con el tiempo que tardan nuestros deseos en hacerse realidad. O, al contrario: ese anhelo de lo que llaman slowlife cuando todo lo de alrededor parece ir a un ritmo frenético.
Solo cuando me quedo en silencio y pongo en contacto mi yo con mi entorno, y trato de encontrarme y dialogar con él, es entonces cuando algo se calma dentro. Aceptas el desajuste que hay entre lo que vives y lo que es, y tratas de acoplar sensaciones: el ritmo loco de un lado con el lento transcurrir del tiempo por el otro lado. Y en ese acople fluido que ocurre cuando ya no quieres ni puedes oponer resistencia, te ayuda a alcanzar una calma interior en la que logras reconciliar los esfuerzos que has hecho por tu parte con lo que la vida te ofrece por la suya.
Supongo que ese acople también lo tuvieron que encontrar los apóstoles en ese paso de persecución, martirio y muerte de su admirado y amado amigo Jesús a la alegría de su resurrección. Del dolor y la falta de entendimiento, a la luz y la vida. Y es en ese momento donde todo adquiere sentido, donde los dos extremos (muerte y vida) consiguen ese «equilibrio térmico», ese punto de paz y sosiego entre los extremos: ya la muerte no tiene poder porque la vida le ha vencido, y la promesa cumplida del triunfo de la vida no habría ocurrido si la muerte no se hubiera dado.
No se puede eliminar de la ecuación ninguno de los dos extremos: ni la muerte ni la vida. Ambas alcanzan equilibrio y significado en ese punto medio que es la fe y la esperanza. Y supongo que así lo vivieron los apóstoles en esa venida del Espíritu que confirmó las palabras que en su día oyeron y no entendieron.
Todo adquirió su valor en ese punto medio, todo dio sentido, todo consiguió ajustarse a pesar de lo diferentes momentos por las que pasaron en aquellos días. Quizás desde ahí salió la fuerza de su predicación: de una convicción que surge al vivir esos extremos.
Bueno, no sé si todo esto es, lo que se suele llamar, «una paranoia», o hay algo de verdad en ello. Solo sé que, cuando pienso en esa ley 0 de la Termodinámica y me viene el equilibrio térmico a la cabeza, algo en mí se enciende y me dice: tranquila, todo encajará. Y es entonces cuando dejo de sentirme mal.