Aprendamos de la sabiduría de la naturaleza. Es cuestión de contemplar, con una mirada transcendente, los procesos que nos ofrece. Todo está impreso en ella, hasta la transmisión de la fe en Cristo Resucitado que provoca vida inagotable en nosotros.
Primavera significa “primer verdor”, deriva de las palabras latinas prima y vera. Su significado varía en función de las tradiciones y la cultura de cada pueblo o nación. En sentido figurado, se ha utilizado en la literatura, la música, la religión y en los medios de comunicación como sinónimo de juventud, hermosura, alegría, fertilidad, renovación, renacimiento, florecimiento, crecimiento y resurrección.
Estamos inmersos en plena explosión de vida primaveral, con un poco más de calor del habitual, pero en el corazón mismo de lo que los biólogos llaman polinización y floración, donde todo se re-nueva, re-surge, re-vive, se re-inicia, donde todo emerge y aparece como si de un estallido de vida renovada se tratara; solo hace falta acercarse a ella y aprender su majestuosa lección. Me voy a tomar el privilegio de tomarla para hablar de Resurrección, de explosión de vida, de alegría, de entusiasmo por el Reino y la evangelización.
Parece que la naturaleza se convierte de pronto en una auténtica sala de conciertos al aire libre, brindándonos un auténtico espectáculo sonoro lleno de matices y sonidos diversos, o podríamos compararla con un pasarela de moda donde cada planta o animal se acicala con sus mejores galas manifestando esa gama sin límites de olores y colores, mostrando a los demás su más autentica identidad. Si además le añadimos el ronroneo del agua cristalina y transparente que humildemente en estos tiempos corre por nuestros campos y bosques, es como si te dejaras envolver y abrazar por una sensación de frescor, belleza, novedad y bienestar. Brota casi de manera natural un sentimiento de plenitud, de sentido, de serenidad y calma. Todo en una simbiosis perfecta entre la pequeñez del ser humano y la grandeza del creador.
Fijemos nuestra mirada en el proceso más provocador de toda este estallido de vida: la polinización. Podríamos decir que el protagonista de todo efusión de vida y de colores es el importante y a la vez el más silencioso y callado de todos los procesos, donde miles y millones de insectos de ilimitadas especies diferentes se despiertan de repente y empiezan a danzar indistintamente de una planta a otra, de una flor a otra, poniéndose en movimiento para transportar los granitos de polen. Es así el milagro de la floración, de la vida, del re-surgir, del fruto a su debido tiempo.
Estos insectos, aparentemente insignificantes, algunos de ellos imperceptibles, transmiten aquello que poseen como regalo y saben que no les pertenece, sino que ellos simplemente tienen que “dar gratis aquello que se le muestra gratis” (Mt 10,8). Es su manera sencilla de aportar la vida que han recibido y que más tarde se transformará en flor y fruto. Ellos son los vectores de vida, del cambio y la transformación de la naturaleza, son los responsables humildes de esos “mantos” inmensos de colores y olores que nos deleitan cada primavera en nuestros campos y los causantes de la belleza de las flores y de los frutos.
Nos toca aprender de la naturaleza, nos toca ser polinizadores de Resurrección, ser promotores de ese proceso silencioso de Vida y Esperanza en medio de nuestra realidad. Estamos llamados por el Bautismo y porque hemos sido testigos de esta efusión innagotable de vida, de transmitir signos de resurrección entre nuestros alumnos, en nuestros claustros, en las familias que tan perdidas a veces llegan a nosotros. Hemos de derrochar razones para la esperanza, desempolvar el sentido profundo y apasionante por la vida, re-avivar la práctica liberadora del perdón y del perdonarse, re-iniciar relaciones verdaderas y duraderas basadas en el amor, el respeto y la libertad. Hemos de quitar miedos, tristezas y desesperanzas; abrazar y acariciar la vida con su vaivén desorbitado, mirar a los ojos a cada uno de nuestros alumnos contagiándoles ternura y compasión. Hemos de perder tiempo con las personas a las que amamos y regalarnos momentos con sentido. Hemos de salir de nuestros desencantos o aburrimientos, lanzarnos a llenar el mundo de color, de luz, alegría y esperanza, de pasión y valentía. Hemos de provocar que “arda” nuestro corazón cuando nos atrevemos a dejarnos leer por la Palabra de Dios de cada día y sobre todo apasionarnos por el Resucitado y que Él ocupe el centro de nuestras vidas. Entonces sí, tendremos en nosotros el polen de la Resurrección y de la alegría de vivir y seremos, casi sin darnos cuenta, polinizadores del Dios VIVO y Resucitado.