Educar es comprometerse. Más allá de un oficio y de un trabajo, la educación es un cara a cara con una realidad insospechada. Cada año, decenas de nuevos nombres pululan en nuestras cabezas y albergan nuevas preocupaciones.
En ocasiones se confunde la educación con una pesada tarea burocrática con la que el docente debe cargar. De esa forma, el aula se convierte en un frío espacio de información y trasmisión de saberes, la tutoría en un peaje que hay que pagar y que casi nadie quiere o la junta de evaluación se torna en un juicio sumarísimo donde cada cual se despacha a gusto sin el menor pudor. Eso no es educación, es la maquinaria que oprime, desgasta y cansa.
Para evitar que esa losa elimine todo vestigio de pasión educativa, hemos de recalar en nuestras raíces vocacionales como educadores. A ello estamos invitados desde el espacio In&Out y esta es mi pequeña contribución.
El compromiso educativo busca y alimenta alianzas personales y colectivas. Un compromiso que nos construye como personas y nos vertebra como organización. Así entendido, el acto educativo se asemeja a un árbol que nos invita a crecer en tres direcciones.
- Crecer hacia abajo, echando raíces que provienen de fuentes nutritivas
Con el paso del tiempo importa mucho recolocar nuestra palanca de activación educativa. Este paso no es solo racional, que responde a un por qué estoy aquí, por qué quiero educar, cosa importante y necesaria. La raíz que nutre responde al desde dónde educo, cuál ese lugar interior desde el cual enseño, me relaciono, aprendo y vuelvo a clase cada día. La raíz es lo que da soporte, lo que al final da cuenta de una determinada consistencia y madurez. A la educación le van mal los fuegos de artificio, la vida encerrada en unos planes o la volatilidad de las buenas intenciones.
Esta raíz es personal e intransferible. Y merece la pena refrescarla para no caer en el hastío. En esta dirección, el cuidado es un acontecimiento fundacional que nos modela y recuerda que, antes que una técnica, la educación es un arte con el cual recreamos saberes, investigaciones, proyectos y relaciones. Por eso, desde el cuidado nos abrimos cada día a la posibilidad entendida como apertura a lo nuevo que está por venir, desapegándonos de rutinas que solo conducen al “aquí esto siempre se ha hecho así”.
- Crecer a lo ancho, creando un movimiento educativo amplio
Hoy más que nunca hemos de aprender que para educar a un niño hace falta la tribu entera. Que detectar soledades, acosos y abusos supone dotar a los colegios de nuevos recursos, más interdisciplinariedad y el concurso de toda la comunidad educativa. Crecer a lo ancho es preguntarnos con quién estamos educando. Necesitamos a los padres y madres para trenzar alianzas y diluir sospechas; del personal sanitario del barrio para que eduquen sensibilizando con la bata y el fonendo; de los jardineros que aman la tierra y las flores; de las organizaciones de solidaridad que albergan posibilidades de compromiso social; de las personas mayores que son agentes educativos imprescindibles en la dictadura de los cuerpos eternamente jóvenes.
Ensanchar la educación es corresponsabilizar a la sociedad de que educar es una tarea mancomunada, donde cada docente tiene una función muy destacada, es verdad. Pero que a poco llega si no cuenta con el concurso de la ciudadanía y con la atención debida por parte de las administraciones públicas.
- Crecer a lo alto, para poder transformar nuestra sociedad
Partimos de la experiencia de que la realidad es transformable, aunque sea de a poquito, como insistentemente nos recuerda Galeano. Esto nos recuerda para qué educamos. No somos reproductores del orden social ni seguimos sin criterio el patrón del éxito, la competitividad y el consumo desmedido al que nos conduce el mundo del que venimos. No nos gusta el modelo de sociedad que reproduce desigualdad y oculta los límites de nuestro planeta y de la posibilidad de vida habitable en él. Custodiar la creación es educar en la ciudadanía ecosocial que vincula cuidado con trabajo por la justicia social.
Crecer a lo alto es creer que otro futuro es posible si nos ponemos a ello. Somos creadores de aquello en lo que creemos. Si no queremos ser reproductores de la maquinaria que oxida y termina por aplastarnos, hemos de saber educar desde las raíces que nos amparan y alimentan.