¡ESTAMOS DESAMPARADOS!

Vivimos en la época de los cuidados. Se incrementan los cursos relacionados con el cuidado docente. La urgencia de la formación en el cuidado surge de una necesidad física, psicológica y espiritual. Al mismo tiempo, los profesionales de la educación se viven instalados en el cansancio y el desbordamiento; las prisas les persiguen y todo ello provoca un desgaste muy notable, además de una desmoralización evidente. El abatimiento se va haciendo fuerte en nuestros entornos educativos.

Más que el auge de los cuidados, vivimos en la era de la fatiga de los cuidados, al igual que en tiempos recientes se hablaba de fatiga de la compasión o de la solidaridad. En esta fatiga intervienen dos factores: por una parte, la moda de los cuidados como novedad de la que se habla y con la que se comercializa y banaliza la vida; el cuidado se ha convertido en una palabra mágica que tapa carencias, injusticias, brechas y desigualdades. Y, por otro lado, existe la fatiga real de estar viviendo en un tsunami permanente donde no llegamos a atender con el esmero y cuidado que el otro requiere, y nos sentimos desbordados ante una realidad indómita. Cuidamos y nos quedamos con la sensación de que no llegamos. Todo es poco y nada es suficiente.

Nos sentimos constructores de la sociedad del cansancio que ha considerado que el rendimiento es la piedra angular del progreso humano y de la estima social. Hacemos malabarismos con lo poco que sabemos y tenemos a nuestra disposición, y ese cansancio y nos conduce irremediablemente a la sensación de que nos atascamos.

Estamos atascados porque no sabemos nombrar los problemas reales que se esconden detrás del mal funcionamiento de una actividad o de un proyecto. Acaso las relaciones tóxicas, la explotación laboral o la ausencia de reconocimiento y consideración son realidades no nombradas que paralizan determinadas iniciativas.

Estamos atascados porque ya no acertamos a extraer más aprendizaje a partir de las experiencias pasadas, y nos cuesta situarnos con creatividad ante la puesta en marcha de nuevos proyectos, como es la creación de una cultura del cuidado en la organización.

Estamos atascados porque la incertidumbre y el miedo a errar nos paraliza cuando tenemos que tomar decisiones sin contar con la información completa, porque no llegamos o porque no todo se puede solucionar.

Estamos atascados porque nos cuesta aterrizar términos como “complejidad”, “incertidumbre” o “volatilidad” en nuestra experiencia cotidiana, aunque sufrimos sus efectos cuando la angustia y el no saber nos vencen.

Aventuramos el cuidado desde la experiencia del descuido y desde la apuesta por un nuevo modo de ver, interpretar y construir nuestro mundo. Una de las formas de descuido es el desamparo en el que se halla la comunidad educativa ante los problemas que le sobrepasa y para los cuales no está preparada. Un momento especialmente delicado lo hemos vivido con la dimisión del equipo directivo de un instituto de Valencia, el pasado 22 de febrero. Este hecho es el reconocimiento de que no podemos con todo y que liderar no es controlar ni dominar. En dicho instituto se han producido quince casos de alumnos con tentativa de suicidio. En su escrito, este equipo directivo afirma que están desamparados por la ausencia de apoyo por parte de la Administración. Acaso educar sea exigir amparo de los poderes públicos y también participar en una red de amparos compartidos.

Hablar del cuidado, entonces, es crear redes de amparo en la intemperie:

  • Redes de protección y sensibilización donde nos sintamos como en casa. Porque necesitamos sentir el centro educativo como un lugar seguro.
  • Redes de inclusión y de reconocimiento donde las personas invisibles sean nombradas y queridas. Porque la educación no acepta que nadie sea esquinado.
  • Redes de sentido y de orientación para dotarnos de dirección y de vida esperanzada. Porque todo gran proyecto educativo aterriza siempre en las bajuras del sentido que damos al diario vivir.
  • Redes de relaciones sanas y estimulantes, desde la conciencia de que la convivencia educativa no es tanto un objetivo a conseguir sino una realidad en construcción, con sus altos y sus bajos.

¿Quién dijo que todo está perdido? El cuidado y el amparo nos siguen invitando a desplegar su hospital de campaña en los centros educativos.

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