Me pirra la Cinética Química. Bueno, mis alumnas y alumnos dirían que, en realidad, todo lo que sea Química me gusta. Y sí, me gusta todo. O, mejor dicho, me gusta transmitir lo mucho o poco que sé de estas cosas. Esto es, me encanta ser profesora de Física y Química.
Volviendo a lo que me ha traído a escribir este artículo, decía que me encanta la Cinética Química. De manera simplificada se podría decir que esta es la rama que estudia la velocidad con la que ocurren los procesos químicos, y los factores que pueden aumentar o disminuir esa velocidad. Y una de las maneras de aumentar la velocidad de una reacción es mediante un catalizador. Esto es una sustancia que, una vez añadida, hace que baje esa especie de “cuestecita que tiene que subir la reacción” para alcanzar una determinada energía y formarse así los productos (lo de la “cuestecita” me ha quedado un poco surrealista para explicar esa energía de activación que necesitan los reactivos para alcanzar el complejo activado en el que va a ocurrir esa transición de reactivo a producto… bueno, ya me callo, que me pongo intensa).
La cuestión es que hay reacciones que deben subir “cuestas” más grandes que otras; y muchas de estas reacciones son vitales que ocurran a mayor velocidad de la que normalmente ocurren. Por ejemplo, en nuestro cuerpo hay muchísimas reacciones de las que dependen nuestra vida. ¿Imaginas qué ocurriría si alguna de ellas transcurriera de manera muuuuyyyy lenta? Pues que habría que darle un empujoncito si no queremos que algo falle en nosotros. Ahí entra en juego el catalizador (por cierto, a los que actúan en nuestro metabolismo se les llama enzimas).
Lo bueno del catalizador, aparte de que acelere una reacción, es que no reacciona con los reactivos. ¿Y qué tiene de malo que lo haga? Pues que, entonces, no obtendríamos los productos adecuados. Así que el catalizador es como una especie de individuo maravilloso: te echa una mano sin influirte ni comerte el coco, te hace el camino más fácil, pero no te lo evita, te ayuda a subir la dichosa “cuestecita” y, además, te guía poco a poco a donde pretendes llegar. O sea, un ángel de la guarda. O, simplemente, una buena persona.
Hoy, en mi trabajo, recordaba esto de los catalizadores. Hay momentos en que las cosas van más lentas de lo que para mi gusto deberían ir, y siento que no despego, que no termino de arrancar, o que no termina de arrancar aquello que quiero que arranque. Te ves como atrapada. Y ahí es cuando entras en esos bucles infinitos de los que no sales ni rezando. Bueno, sí que sales: con un buen catalizador.
Hay catalizadores a nuestro alrededor, solo que, o debes elegirlos bien, o debes estar más atenta a quienes te rodean y te quieren adecuadamente. Esas personas que te hacen ver que tu proceso será más rápido cuanto más lento vayas, aunque parezca contradictorio. Porque ir más rápido no es ir más aprisa, sino dar los pasos correctos, uno detrás de otro, al ritmo adecuado y sin precipitarnos. Vamos, el «vísteme despacio, que tengo prisa» que me decían mi abuela y mi madre, y que tan en shock me dejaban. La velocidad que te imprimen esas personas-catalizadores no tiene nada que ver con llegar pronto, sino con llegar bien al ritmo que tú necesitas para aprender.
Es una suerte encontrarnos en la vida con quien te dice «tranquila, no corras. No dejes de hacer, pero no corras». Personas que te sacan de tu zona de confort (la de los lamentos y la autocompasión) y te impulsan, te dan la energía necesaria para llegar, pero sin pretender amoldarte a su gusto, esto es, dejándote ser tú misma en tu mejor versión. Personas que te ayudan a subir la cuesta, pero no la suben por ti. Así, cuando llegue el momento de que se marchen, el producto no será de ellos, sino tuyo.
Pienso que Jesús funcionó como un catalizador. Impulsó lo que en algunos estaba dormido: un deseo de dar sentido a la vida, de construir un mundo mejor donde los últimos pudieran ser los primeros. Supo catalizar esa semilla que llevaban dentro al ritmo de cada uno y, respetando sus caracteres (que había cada cual…), fue abriéndoles el camino. Me refiero a los apóstoles.
Últimamente pienso mucho en ellos, por aquello de las prisas que tengo por hacer las cosas ya y bien. Me recuerdan que tampoco para ellos fue fácil. Tres años les llevó aprender. Y hubo tropiezos, comentarios equivocados, malas interpretaciones, alguna que otra metedura de pata… Pero hubo también quien supo acompañar los procesos de cada uno hasta llegar a ese estado (en Química se llama estado de activación) que les hacía posible continuar con la misión.
Así que sí, pongan un catalizador en sus vidas. O varios. Pero escojan bien. No vale cualquiera (ocurre también con las reacciones químicas: a cada una le va bien un catalizador determinado). Y, sobre todo, no se pierdan en el proceso, no desvirtúen la esencia de lo que son (como el reactivo, que no reacciona con el catalizador, sino que se deja llevar por él). Dejen que saque lo mejor de cada uno, que les acompañen, que les indiquen el camino pero no lo hagan por ustedes… Pongan un catalizador en su vida y aprendan también a serlo para los demás.