Pareciera que el cuidado ha impactado como moda en los últimos años, y nada más lejos de la realidad. Ya sabemos que el cuidado forma parte de la entraña de lo humano, aunque lo olvidáramos pronto, con el paso de los años. El filósofo Henry Skolimowski reflexionó sobre el humanismo ecológico en el marco de un Congreso titulado: “Más allá de la tecnología alternativa”. Era el año 1974. Y entonces escribió lo siguiente:
El humanismo ecológico se basa en una nueva organización del mundo en su conjunto:
- Ve el mundo no como un lugar para el saqueo y el expolio, un circo para gladiadores, sino como un santuario en el que moramos temporalmente, pero al que hemos de dedicar el más exquisito de los cuidados.
- Ve al ser humano no como un comprador y un conquistador, sino como un guardián y un administrador.
- Ve el conocimiento no como un instrumento para la dominación de la naturaleza, sino en última instancia como técnicas para el refinamiento del alma.
- Ve los valores no desde el punto de vista de su equivalente pecuniario, sino en términos intrínsecos, como un vehículo que contribuye a una comprensión más profunda entre los seres humanos y una cohesión más grande entre la especie humana y el resto de la creación.
- Y ve todos los elementos mencionados más arriba como parte de una nueva estrategia vital.
Casi 50 años más tarde, comprobamos que en estos puntos tenemos una buena base para construir una nueva organización de lo vivo desde los pilares del cuidado:
- El mundo como santuario significa comprendernos como parte de la Tierra que pisamos. El ser humano tan solo es tierra que anda, tierra que siente, tierra que deja crecer la vida. Participamos de la Tierra, no somos sus dueños. Como afirma el papa Francisco somos custodios de la creación. Y eso significa que la tierra no es una herencia que hemos recibido de nuestros padres, sino más bien un préstamo que nos hacen nuestros hijos para que nosotros la custodiemos, para que no la estropeemos más de la cuenta y la entreguemos a ellos.
- El ser humano como guardián y administrador significa que estamos anudados por un lazo de responsabilidad los unos con los otros siempre que, eso sí, nos vivamos vinculados. El vínculo es la base del cuidado. Y la desvinculación es la madre de los descuidos personales, sociales y estructurales. Ser guardián del otro es sentir que algo tengo que ver con el otro y actuar en consecuencia. Dejar atrás comportamientos conquistadores y dominadores conduce al encuentro respetuoso y potenciador del otro, y tiene en el cuidado un hilo con el que tejer ese tipo de relación.
- El conocimiento como refinamiento del alma significa ser huéspedes de la incertidumbre global, que pesa sobre nuestras vidas en estos momentos de civilización. Nos encontramos ante el final de una época dominada por las certezas y por un conocimiento asimilado al poder sobre lo real. Marina Garcés nos anima a atrevernos a no saber y que no pase nada, a un no saber que, por último, sea la fuente de una nueva sabiduría, más próxima a la mística del cuidado que al control y al dominio del mundo.
- Los valores intrínsecos son aquellos que no tienen precio. Son los que se constituyen en fines en sí mismos, y no pueden convertirse en “medios para”. Y la realidad cotidiana una y otra vez desdice este deseo. En Laudato Si’ Francisco nos recuerda que “tenemos demasiados medios para unos escasos y raquíticos fines» (LS 203). El cuidado es una exigencia de revertir la dictadura de los medios. Unos medios que crecen al amparo del desarrollo tecnológico ilimitable. Esa ambición es la que hay que someter a discernimiento, al mismo tiempo que nos abrimos a aquellos valores que nos dignifican como personas y como comunidad interdependiente y ecodependiente.
La emergencia del cuidado se asienta en postulados sencillos y fáciles de comprender. Y nos conduce a una nueva reorganización del mundo, de la educación y de la convivencia con lo vivo. Por eso nos encontramos ante un desafío tan urgente como esperanzador. Al cuidar apuntalamos una humanidad que abandona la guerra contra la vida y asume una responsabilidad fundamental: la que nos conduce a ser dignos habitantes de la Tierra.