Tradicionalmente, se ha enfrentado la ética del cuidado a la ética de la justicia. La primera se ha entendido como una práctica que quedaba relegada al ámbito privado y doméstico y se ejercía fundamentalmente por las mujeres que quedaban al cuidado de sus hijos y de los mayores, mientras que los hombres organizaban la sociedad en la plaza pública desde la ética de la justicia. Esta división hoy resulta insostenible. La ética del cuidado alienta una forma especial de fomentar una ética de la justicia y tanto el cuidado como la justicia son indispensables en la vida en común.
Cuidado y educación se hermanan en la construcción de otro mundo posible desde acciones concretas que tienen que ver con el cuidado de la palabra, saludar al otro, pedir perdón, resolver pacíficamente los conflictos o movilizarse ante el cambio climático. Porque el mundo no es, sino que está siendo, nos recuerda Freire. Y el cuidado se vincula con la indignación ante la injusticia y ante aquello que nos hace gritar “¡no hay derecho!”. Cuidado y justicia no se excluyen; al contrario, son dos caras de la misma moneda: la de la humanización de nuestro mundo.
A mi parecer es preciso una educación que promueva una ciudadanía ecosocial, entendida como un proceso por el que los participantes en una actividad o proyecto ecosolidario se implican en la construcción de la justicia y del cuidado de la vida. Los vínculos con uno mismo, con los demás y con el planeta reclaman una convivencia que integre al alumnado en una sociedad justa y en un planeta habitable. Nos encontramos ante el reto de educar en la interdependencia y la ecodependencia, no de forma teórica sino experiencial. Somos interdependientes, es decir, nos necesitamos unos a otros para vivir en sociedad. La convivencia justa ha de ser la clave de bóveda de una sociedad que responda a las necesidades de los más frágiles, de los que están orillados en el camino. Al mismo tiempo, la ecodependencia nos permite comprendernos como un nudo de relaciones direccionado hacia todo el universo vivo, donde todo está conectado y del que somos tan solo un hilo de vida frágil en un contexto cambiante.
Este enfoque, donde el cuidado y la justicia se hermanan en el mismo acto educativo, contiene algunas características significativas:
- Estar en la realidad: sentirla y no solo saberla por los libros. Y para sentirla hay que salir del colegio, es preciso hacer experiencia de lo que ocurre en el barrio, en el pueblo, en la ciudad. El colegio forma parte de un ecosistema que debe conocer el alumnado y de esa forma poder realizar un mapeo de las necesidades que existen en el lugar que habitan: necesidades de los colectivos más vulnerables, necesidades medioambientales.
- Colaborar con organizaciones de solidaridad que trabajan en el territorio y que promueven acciones de voluntariado en el mundo de la exclusión social o actividades que recomponen el cuidado de la naturaleza.
- Proponer acciones mancomunadas entre colegios y organizaciones a través de los proyectos de Aprendizaje y Servicio, que constituyen un indudable cauce de aprendizaje significativo a través del servicio a la comunidad, mientras que ese servicio se constituye en una suerte de aprendizaje inédito que proviene de la experiencia adquirida.
La justicia tiene un enfoque experiencial, como el cuidado. Probablemente se llega al cuidado desde la experiencia del descuido con uno mismo, con los demás y con el planeta. Y es esa desvinculación la que solicita cambiar la manera de estar en la realidad. El cuidado promueve un nuevo tipo de persona reconciliado con su esencia, que es la relación. Del mismo modo, a la justicia no se llega por los modelos de justicia aprendidos, sino a partir de la experiencia de injusticia, del sufrimiento de las vidas que nos rodean y ante las cuales se pasa de manera indiferente o acelerada.
En medio de tanta incertidumbre una cosa tenemos clara: son los jóvenes que hoy están en nuestros colegios y universidades los que en pocas décadas tomarán las riendas de nuestro mundo globalizado. Esperemos que entonces tanto descuido en forma de injusticia con el planeta y con los más pobres no se haya convertido en un viaje sin retorno. Son estas nuevas generaciones las que reclaman el cambio social y las que vinculan cuidado y justicia como una aspiración compartida.