«La ciencia es una perversión en sí misma a menos que tenga como objetivo último mejorar la humanidad». Estas son palabras de Nikola Tesla, uno de los más grandes científicos (y quizás más incomprendidos) de la historia.

Nikola Tesla era una mente brillante que ya, desde pequeño, a raíz de acariciar el lomo de un gato y ver cómo salían chispas, sintió gran curiosidad por la electricidad. Consagró su vida a su estudio. Su gran sueño: idear el modo en que la energía gratuita llegara a todo el mundo. Vaya, no solo era un sabio. También un «loco» generoso que no pretendía hacerse rico con su trabajo.

Trabajó para Thomas Alva Edison, otro conocido científico, inventor del teléfono, entre otras cosas. Pero las diferencias entre ambos, Edison y Tesla, fueron cada vez más grandes. La «guerra de las corrientes» llegó a llamarse la disputa, pues Edison era defensor de la corriente continua, y Tesla de la corriente alterna (la que se utiliza actualmente en millones de hogares). Por temor a que Tesla pudiera quitarle la fama (e imagino que el dinero, porque Edison era también un gran empresario), Edison decidió montar una campaña de difamación contra él: he leído por ahí que se dedicó a hablar mal de los efectos de la corriente alterna, llegando a electrocutar a animales para así tirar por tierra la propuesta de Tesla. ¡Hasta le dejó a deber dinero! Y una cantidad sustanciosa…

A partir de ahí, la vida de Tesla se convirtió en una continua lucha por sus ideas, en la que más de una vez fracasó: ideó un proyecto para suministrar electricidad a la ciudad de Bufalo aprovechando la fuerza del agua de las cataratas del Niágara, pero un incendio arrasó con todos sus apuntes y estudios; inventó el Teleautomaton (un bote que podía moverse a distancia por radio) y quiso venderlo al ejército estadounidense, pero este no mostró interés en ello; patentó la radio, pero fue 16 años después quien Marconi se llevó el premio Nobel por este invento… Vamos, que la vida no fue nada justa con él (o, quizás, no lo fueron las personas).

Supongo que, leyendo esta historia, a lo mejor te vienen a la mente las de otras personas, valientes y audaces, que se dejaron la piel en la defensa de buenas ideas, y que se toparon con el fracaso una y otra vez. A mí, de vez en cuando, me gusta pensar en ellas, especialmente cuando tengo entre manos algo que no termina de salir adelante. Me consuela pensar que eso del éxito, en muchos casos, es algo que se hace esperar, que se amasa poco a poco, se cuece a fuego lento, en silencio, entre las horas oscuras.

Cuando se decide apostar por algo, se corre el riesgo de que la moneda, al tirarla, no caiga como se quisiera. Pero creo que, cuando se cree en algo, no se deja de tirar la moneda. Y si dejas de tirarla es que dejaste de creer.

Pones la vida en algo (te la juegas) cuando crees firmemente, cuando tienes certezas que no sabes muy bien de dónde salen ni por qué las tienes. Entonces te viene una fuerza que se renueva tras cada caída. Porque tienes claro el camino, sabes que es por ahí.

Obviamente, ahora pienso en Jesús. ¡Qué mejor ejemplo que él para entender lo que es jugarte la vida! Sin excusas, sin evasivas… Una vida culminada después de treinta años de silencio en Nazaret y tres de vida pública. Puro contraste para lo que hoy buscamos: un éxito fácil, rápido y en el que no nos tengamos que dejar el pellejo. Así, en un chasquido, en un «lo quiero, lo tengo».

Y junto a Jesús, muchos de sus seguidores. Decía san Pablo en una de sus cartas: «Sé en quién he puesto mi confianza». A lo mejor ahí está la clave: no solo en confiar, sino en ser consciente de aquello en lo que se confía.

¿Sabes? Tesla murió a los 86 años de un infarto de miocardio, en la habitación de un hotel de baja categoría, solo y empobrecido. Lo encontró allí una empleada. Aun así, a su entierro acudieron miles de personas para expresar su admiración y reconocimiento. Y quizás a Tesla no le importaba mucho ese reconocimiento. Quizás le bastaba con saber que su trabajo, finalmente, había servido para hacer de este mundo un lugar mejor. Como Jesús.

Y es que hay científicos que, como dijo Jesús en su momento: «No he venido a ser servido, sino a servir».