En el desarrollo de curso formativos sobre cuidado y educación emerge con naturalidad el desafío del buen trato en nuestros centros educativos. Tratar bien al otro es una forma singular de cuidar. Expresado de otra manera, el cuidado se despoja de su carga epidérmica y superficial para constituirse en un eje de actuación en positivo frente al maltrato.
Durante diez meses he estado trabajando en diferentes centros educativos, de empleo y viviendas tuteladas centradas en personas con discapacidad intelectual. Se trata de organizaciones donde se trabaja por la inclusión social de este colectivo y en los que la vinculación entre familias, personas con discapacidad intelectual y profesionales con múltiples dedicaciones convergen en una sola misión educativa y emancipadora.
Pero las palabras se las lleva el viento cuando grito al otro, cuando las prisas ganan a la capacidad de escucha, cuando ante un conflicto solo busco un culpable para castigarlo, o cuando no dejo aparecer al otro porque mi voz, mi saber o mis miedos ocupan demasiado espacio. Durante estos meses hemos puesto las bases para que las personas con discapacidad tomaran la palabra y nos dijeran cómo entienden eso del buen trato.
Aquí traigo algunas respuestas. Por ejemplo, entienden que el respeto es crucial. ¿Y qué es el respeto? Simplemente, “tratar a todas las personas como quieres que te traten a ti”. Y para ello nos pedían algunas cosas:
- “Háblame con respeto y no hables de mí si no estoy presente”.
- “Escucha lo que te quiero decir, no me dejes con la palabra en la boca”.
- “Respeta mis pertenencias y no toques mis cosas sin mi permiso”.
- “Respeta mi ritmo y apóyame”.
- “Llámame por mi nombre”.
- “Si tengo que mejorar algo, dímelo en privado. Y felicítame en público”.
- “Aunque tengas un mal día no lo pagues conmigo”.
- “Escúchame y ten en cuenta mis decisiones”.
También vinculaban buen trato con relaciones igualitarias porque, como nos decían, “igualdad es que todos tengamos las mismas posibilidades para llegar a la misma finalidad”. Así, pudimos escuchar peticiones como estas:
- “Atiéndeme y no me dejes en segundo plano, porque yo soy igual de importante que tú”.
- “No me pidas hacer lo que tú no harías”.
- “Trátame como tratarías a cualquier otra persona”.
- “Fomenta mi autonomía y respeta mi libertad”.
Y nos hablaban de empatía como esa capacidad de “entender las circunstancias de la otra persona, para poder ayudarla”. Y de la confianza, como el desafío de “creer en la persona”, que será capaz de algo que a lo mejor ahora ni imaginas. Sobre estas cuestiones nos reclamaban:
- “Escúchame atentamente y trata de comprenderme, para entender quién soy y qué me pasa”.
- “Considérame y acéptame tal y como soy”.
- “Ponte en mi lugar, intenta sentir lo mismo que yo siento”.
- “Puedo hacerlo. Préstame solamente los apoyos que necesito”.
- ” Valora lo que hago bien. No me digas solo lo que hago mal”.
- “Confía en que puedo hacerlo. No hagas las cosas por mí”.
- “Si necesitas algo, yo también te puedo ayudar. Confía en mí”.
- “Apóyame solo en aquello que te pido o necesito”
Y así llegamos a una de las cruces del maltrato: el mal uso de la palabra, los gritos, los silencios indebidos, la fuerza de la presión que infunde temor y genera docilidad y obediencia ciega. El buen trato pasa por el cuidado de la palabra. “Hablar de manera clara, correcta, sin prisas y sin gritos” es una demanda muy concreta que llega desde este colectivo de personas con discapacidad intelectual. Para ello, nos dan las siguientes pistas:
- “Explícame las cosas con paciencia y dame tiempo. Respeta mi ritmo”.
- “Dime las cosas en privado. No me llames la atención delante de todos”.
- “Háblame en un tono correcto. No me grites”.
- “Háblame con educación. No me des órdenes”.
- “Déjame expresarme. No acabes mis frases y no me metas prisa”.
- “Acompáñame y explícame a dónde vamos. Anticípame la información”.
- “Háblame en sencillo, quiero entender”.
- “Dime la verdad”.
- “Escúchame atentamente y trata de entender qué me pasa”.
Seguro que estas palabras nos dan que pensar. El buen trato es una necesidad sentida y recurrente en no pocas organizaciones. Solo podremos sentar las bases del buen trato cuando demos la palabra a aquellas personas que en nuestras instituciones han sufrido experiencias de maltrato. A partir de ahí, la cultura del cuidado se irá abriendo paso.