Queridos Melchor, Gaspar y Baltasar:
Como nos encontramos muy próximos a vuestra llegada, que siempre viene llena de ilusiones y esperanzas renovadas, así como de anhelos y deseos de bien que parecen estar más próximos a traducirse en bonitas realidades, os queremos hacer llegar una carta con unas peticiones muy especiales que, a buen seguro, no caerán en saco roto, puesto que en vuestra infinita sabiduría, al menos, podréis compartir estas buenas intenciones o propósitos allí adonde el mensaje del Evangelio se transmite en clave educativa.
Y es que estamos inmersos en un momento de la historia donde requerimos más que nunca de todo apoyo posible para poder vivir un mañana mejor que el presente, más aún si la tecnología que nos rodea es posible asimilarla como recurso, jamás como agente deshumanizador. Es por ello que el primero de los deseos es que las personas tengan acceso a los medios y herramientas tecnológicas en un clima de igualdad de oportunidades, sin importar procedencias o condiciones socioeconómicas. Una conexión a internet decente y un equipo que pueda nutrirse de ella. Comunicarnos e interconectarnos es así más fácil en la educación del siglo XXI, pero también llevar el Mensaje a más personas y con mayor potencia es visto a día de hoy como algo potencialmente positivo y conveniente.
Toda vez que hayáis tomado nota de este primer deseo que, dicho sea de paso, concuerda con uno de los postulados de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) en los que tanto estamos involucrándonos en la clase de Religión, nos gustaría solicitaros algo que tal vez sea más difícil de conseguir. Nos estamos refiriendo a una oferta formativa acorde a las necesidades de la ERE en este nuevo plano educativo. Ya sabemos que cursos de formación hay muchísimos. Y a nivel digital, aún más. Sin embargo, quisiéramos que los usuarios seleccionasen de una forma más coherente aquello que necesitan saber o aprender. Que no hagan oídos sordos a nuevos enfoques y recursos que personas expertas muestran y enseñan. Que la formación no sea rutina, sino necesidad; y que de esa necesidad surja virtud, puesto que este aprendizaje cristalizará en buenas prácticas educativas, en una asignatura que crece con su tiempo y con su alumnado. Que se actualiza y renueva para obtener reconocimiento y respeto en el seno de la escuela.
Y, puestos ya a pedir, quisiéramos solicitar que esa formación de la que anteriormente hablábamos llegue a las familias, principales agentes educadores y transmisores del Evangelio en ámbitos cercanos. Unas familias que, hablando nuestro mismo idioma, parecen no entender que el diálogo con la tecnología es imprescindible para hacer un uso racional de la misma y cometen (cometemos) errores en el acompañamiento de los hijos/as en sus procesos de enseñanza aprendizaje dentro de hábitats digitales. Esa formación es para ellas también imprescindible, Majestades, porque no todo lo soluciona Google; ni un smartphone es mejor regalo de Primera Comunión. Y las horas de navegación han de estar controladas, así como las herramientas suscritas y los permisos que requieren; ni qué decir tiene que el tema de las redes sociales se ha convertido en todo menos en tejidos de socialización. Sabemos que cambiar esta mentalidad es difícil, pero vuestro poder es inmenso y vuestros perfiles en redes muy potentes como los Sabios de Oriente por excelencia que sois.
Para ir concluyendo con esta carta tan especial, os pedimos que la ERE no se quede al margen en esta nueva perspectiva digital que el marco legislativo actual nos ofrece. Que sea una materia o área donde el profesorado sugiera dinámicas eficaces en la transmisión de saberes, pero que oriente al alumnado en una ética del manejo de las TIC, que les guíe en los procesos de selección de información veraz, que lidere la lucha contra la injusticia y desigualdad producida por la errónea alfabetización digital que hemos heredado en muchos casos. Y todo ello desde los valores del Evangelio, pero también los que emanan de la Constitución y que son garante de una educación en libertad, con igualdad de oportunidades y sin exclusión de nada ni nadie por prejuicios que carecen de fundamentación en los tiempos en los que deseamos vivir.
Sabemos que estos deseos son difíciles de conseguir, Majestades. Pero nada comparable a hacer crecer el amor y la fe, una forma de vida llena de valores y virtudes o un anhelo de bondad tan sublime como la que desde aquel establo tan humilde surgió para llegar a los confines de la tierra. Una tierra en la que, dos mil años después, nos miramos, sentimos y comunicamos de cientos de formas distintas. Pero en la que, como fieles seguidores de aquel Niño al que adorasteis, el amor es el mejor regalo o deseo que se nos puede conceder.