Al cuidado se le vincula con las tramas relacionales en las que nos desenvolvemos. Cuidar de los más vulnerables es una de las enseñanzas más importantes que nos está dejando la pandemia. Con todo, el cuidado es más que eso; es la respuesta a una escucha previa, y conduce a situarnos en las grietas de las estructuras organizativas.
La misma pandemia nos ha ido dejando mensajes por el camino que, quizá, no hemos sabido escuchar del todo, porque resultan cargantes y molestos. Un mensaje claro es que poner el cuidado en el centro significa revertir prioridades y afrontar transformaciones estructurales, que pasan por dotar de recursos y dignificar los empleos de las personas. Pensemos, por ejemplo, en el ámbito de la sanidad. Al discurso del cuidado y a los aplausos del confinamiento ha de seguir no solo el reconocimiento personal, sino el cambio de unas estructuras que ya no se sostienen. El voluntarismo es una receta indefendible.
Del mismo modo, en el ámbito organizacional, el cuidado abre grietas en unas estructuras cada vez más oxidadas y que no responden a los desafíos de este momento. Poner el cuidado en el centro significa que nuestras estructuras sean, al menos:
- Participativas: la participación es una palabra igualmente ambigua. Una cosa es dar participación y otra que las personas realmente formen parte de la vida de la organización, a través de los cauces que sean más pertinentes. La participación no vigila lo mío, sino que alcanza a detectar lo común. Igualmente, la participación desarbola a los controladores. En tiempos de incertidumbre, aquellas organizaciones que se han abierto en canal a la participación han sabido poner nombre a lo que les sucede y están articulando alternativas innovadoras, audaces y viables. Ahora bien, la participación también pasa por el compromiso personal en la corresponsabilidad compartida.
- Colaborativas: cuando la participación es real, la colaboración llama a la puerta de la organización; más aún, propicia un nuevo modelo de relación que nace de un propósito compartido y asumido por el conjunto de la organización. Así, la misión y valores que vertebran una organización, ya sea la propuesta de una educación integral, generar inclusión social o participar en un ecosistema sostenible, constituyen palancas colaborativas donde se desarrollan nuevos modos de relacionarse, se desarrollan nuevas alianzas y se crea -en definitiva- una cultura organizacional marcadamente horizontal y circular. En esta estructura el modelo vertical de toma de decisiones queda seriamente cuestionado. Ahora bien, la colaboración requiere el compromiso personal por conjugar el pronombre personal “nosotros”, dejando los egos y paternalismos de cualquier tipo a un lado.
- Dinámicas: somos seres históricos y nuestras organizaciones también lo son, lo cual quiere decir que ni los unos ni los otros estamos fijados en el tiempo. Evolucionamos. Tanto la participación como la colaboración forman parte de un proceso organizacional que nos pone en movimiento y que no sabemos bien hasta dónde nos va a conducir, pero sí hacia dónde: hacia una mayor amplitud de miras donde la persona y sus necesidades estén por encima de resultados económicos o de prestigio social. Cuando el buen trato, el buen gobierno o la salud medio ambiental de nuestra organización forma parte de la cultura organizacional, por ejemplo, algo nuevo está generándose. Las estructuras son dinámicas cuando aceptamos que la misma realidad lo es, y entonces comprobamos que ser flexible no es ser débil, que poner en marcha prototipos de nueva creación no es un juego de artificio, que parar y reflexionar sobre lo que está pasando y sobre lo que nos está pasando forma parte de un proceso realmente revolucionario. Ahora bien, este dinamismo estructural exige personas igualmente preparadas para protagonizar procesos al interno de la organización, sabiendo que estos son lentos y largos; es decir, contraculturales.
Estamos en tránsito. Hablamos del cuidado como nuevo paradigma que surge ante algo que está muriendo porque ya no da más de sí. Advertir lo que fenece es una forma de observar lo que pasa y lo que nos pasa. Y no quedarnos paralizados es una exigencia para reinventar estructuras de cuidado donde las prioridades, los ritmos, los objetivos y eso que llamamos “resultados” tengan un nuevo significado. Las nuevas estructuras cuidadoras se alejan de la publicidad emotivista que nos transmite un cuidado desencarnado. Más bien han de ser nuevas formas de nombrar la justicia ecosocial en nuestro tiempo. Tras la grieta siempre aparece la luz.