Una plataforma de comunicación audiovisual ha lanzado recientemente una campaña de captación de futuros campeones paralímpicos. La campaña se denomina Imbatibles. Capaces de todo. Se trata de un reconocimiento de las enormes capacidades que muchas personas discapacitadas ponen en juego a través de un formidable trabajo personal, tanto en su aspecto emocional y psicológico, como en su dimensión física. Uno de los reclamos de esta convocatoria se expresa del siguiente modo: “imbatibles son todas las personas con o sin discapacidad capaces de todo a pesar de las barreras”.

A mí me maravilla la capacidad de superación de muchas de estas personas y el poder mental que atesoran para conseguir una plena forma que se traduce en ganar competiciones. De lo que no estoy tan seguro es que ese sea el mensaje social y educativo que hemos de trasmitir y alentar. Estar en plena forma también es ajustarse a lo que uno realmente puede y no sentirse frustrado si no llega a más.

Judith Butler reflexiona sobre los marcos de guerra que vivimos y construimos en nuestra sociedad occidental, tan ávida de resultados inmediatos y tan necesitada de campeones donde colocar nuestras esperanzas. Esos marcos mentales son el abono de la competitividad donde solo el más fuerte triunfa, y quienes peores condiciones y preparación tienen quedan sencillamente fuera y son descartados. Es la lucha en términos bélicos en la que al final siempre aparecen esos vencedores que son tratados como imbatibles.

En estos marcos de guerra la vida es una lucha despiadada de todos contra todos y necesita héroes que encabecen y representen una causa un tanto desfigurada: la causa de la imbatibilidad donde unos privilegiados, que se lo han trabajado -eso nadie lo niega- sobresalen del resto y son reconocidos como triunfadores. Y, mientras, quedan esas otras causas que, con letra pequeña, trabajan desde la voluntad de superación hasta donde uno puede, sin otro premio que abrazar la realidad que uno es, aunque no pueda llegar al infinito.

La consolidación de este marco mental, que seguimos alimentando, resulta perverso. En él se decide quiénes valen y quiénes no; quiénes nos representan y son dignos de ser reconocidos. Y en esa ecuación solo los imbatibles tienen la posibilidad de encontrar un lugar en el mundo. ¿Merece la pena? Y desde el punto de vista educativo, ¿cómo se puede sostener este modo de pensar, hacer y vivir?

El ejemplo de esta convocatoria, trasladada a bombo y platillo a los medios de comunicación y redes sociales, es una muestra más de que no hemos aprendido mucho de la pandemia que nos arrinconó hace poco menos de tres años. Si algo nos enseñó ese pequeño virus es que, como seres vivos, los seres humanos somos frágiles. No podemos con todo, no está en nuestra mano superarlo todo. Podremos integrar progresivamente aquellas experiencias dolorosas, podremos ir encajando en el día a día pérdidas y continuar viviendo sin esa parte de nuestro propio cuerpo, víctima de un accidente o de una enfermedad. Y en el campo de la discapacidad intelectual igualmente podemos alimentar estrategias menos competitivas y más inclusivas.

Educar en la integración de todos los elementos que nos constituyen, también los más oscuros y negativos, no nos sitúa en la órbita de la superación, sea como sea, y mucho menos de la competitividad como forma de salir adelante. El deporte puede ser un magnífico vehículo, siempre que en él se pueda saborear de forma personal y colectiva la capacidad de esfuerzo, de progresión y hasta de superación… pero hasta donde cada cual pueda, hasta donde el cuerpo le diga basta y que no pase nada, y que en cada competición todas las personas con alguna discapacidad puedan ser reconocidas como ganadoras del reto personal de ser mejores, no las mejores. No es lo mismo capacidad de superación hasta donde uno pueda que el reto de superarlo todo. La perfección es un horizonte poco nutritivo.

Frases como: “tú puedes con todo”, “los límites te los pones tú”, “lograrás todos tus sueños” o “tienes un potencial infinito” pueden ser mensajes enormemente dañinos, que producen más frustración que bienestar. Cuidar también es acompañar en el paso ajustado a las posibilidades de cada cual. Cuidar es fortalecer esos proyectos vitales entrelazados por la convicción de que nos necesitamos unos a otros, y no unos frente a otros.

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