LA RELACIÓN LO ES CASI TODO

A veces me preguntan por el educador del que guardo mejor recuerdo. E inmediatamente me acuerdo de don Juan. No era el mejor en su materia y reconocía en público sus agujeros negros. Pero lo que más me fascinaba era esa relación entrañable que estableció con nosotros. En aquel viejo 6º de Bachiller estábamos en huelga. Y él, al día siguiente en clase, dijo: “No estoy de acuerdo con vosotros, pero quiero saber por qué hacéis lo que hacéis”. No había superioridad y supo abrir una conversación en la que él se limitó a escuchar, mientras que nosotros nos sentimos escuchados.

Nuestra vida se desarrolla habitando estructuras, organizaciones e instituciones que tienen su lógica de trabajo. El espacio educativo sabe de programaciones, innovaciones pedagógicas, evaluaciones y aprendizajes. Y probablemente tengamos la experiencia de que en aquellos lugares donde la experiencia no ha sido del todo buena, lo que falló, lo que realmente echamos de menos, fue que carecimos de relaciones humanas de calidad. A los niños y adolescentes les pasa lo mismo.

Algunos autores hablan de ese tercer espacio educativo o “tercer educador” más allá de profesores y familia, que lo constituyen aquellas relaciones y vínculos que creamos y se tejen en el aula, el patio, los pasillos, las actividades extraescolares, el barrio e incluso a través de los espacios digitales de aprendizaje.

Podríamos hablar de una educación relacional que ha de estar ubicada en el núcleo del paradigma del cuidado como alternativa educativa y de nueva civilización. Cuando esta civilización toca techo no hemos de esperar un nuevo invento o una nueva maquinaria-sistema que caiga sobre nosotros. Más bien hemos de excavar debajo de la actual maquinaria que muchas veces nos exprime para entresacar aquellas experiencias relacionales que pueden ser semilla de estructuras, procesos y dinámicas saludables y humanizadoras.

La educación relacional tiene el propósito de potenciar seres humanos capaces de generar vínculos basados en el reconocimiento, el respeto y la convivencia pacífica. Para ello se hace imprescindible abrir conversaciones, fomentar la escucha y estar atentos a los acontecimientos de la vida local y global, tanto como a las programaciones que hay que cumplir.

El psicólogo Joan Quintana afirma que “educar es el arte de soplar las brasas. El fuego es cada uno: nosotros nos limitamos a poner un poco más o menos de oxígeno en el lugar apropiado”. Ese oxígeno se encuentra en ese saludo que no hay que dar por supuesto, en esa pregunta por el familiar enfermo, en esa atención al esquinado, al invisible, al que no cuenta, en la conversación entre compañeros donde acordamos no despellejar a nadie sino buscar las mejores soluciones en los conflictos que vamos viviendo.

Necesitamos el oxígeno de relaciones que vinculen y que fomenten espacios circulares de aprendizaje. Y lo primero que hemos de aprender como educadores es que si tú no respetas no te respetarán; si tú no reconoces al otro, el otro no te reconocerá. La educación relacional aspira a generar valores que sean de ida y vuelta. Así se hace verdad aquello de que en el acto educativo todos nos educamos.

El modo con el que nos relacionamos probablemente es uno de los puntos que normalmente damos por supuesto en nuestro trabajo cotidiano. Es algo que no se suele tener en cuenta en las entrevistas de trabajo, es difícil de mostrar en un curriculum, tanto en el personal-laboral como en el desarrollo de la actividad docente. Y, sin embargo, para cada cual puede ser un espacio de indagación y exploración personal que le permite conocerse mejor y estar en óptima forma cuando nos relacionamos con los demás. Lo primero es ser conscientes de la dimensión relacional que somos y desarrollamos.

Solemos decir que la educación lo es todo, y yo apuntaría que, en ella, como en tantas otras dimensiones de la vida, la relación lo es casi todo, porque constituye una fuente de aprendizaje experiencial cargado de sentido, mientras que añade valor ético de profundidad al entramado educativo. La relacionalidad, como clave no solo pedagógica sino estructural, debe favorecer que algunos instrumentos que configuran las señas de una escuela que cuida estén impregnados de esta mística.

Así, un marco ético de actuación, un protocolo de prevención de abusos, el procedimiento con el que encaramos los conflictos, los contenidos de una cultura del cuidado en el marco del centro educativo, y tantos otros medios han de estar presididos por espacios relacionales que sean expresión de una ética de la responsabilidad llena de nombres.

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