UNA FLECHA MEJOR QUE UN IGUAL

Cuando en clase explico las ecuaciones químicas (representaciones escritas de una reacción química), siempre les digo que entre los reactivos y los productos se pone una flecha. No un igual, sino una flecha. La razón es que un igual indica que los reactivos son iguales que los productos, que no existe ninguna diferencia entre unos y otros. Y no es cierto. Lo que ocurre es que los reactivos se transforman en los productos tras un proceso de ruptura de enlaces entre átomos y creación de nuevos enlaces para constituir otras sustancias.

El signo igual expresa un proceso en el que no ocurre nada. Puede ser que una expresión a un lado del igual sea diferente a la que está al otro lado, pero ambas vienen a decir lo mismo, aunque de diferentes formas. No ha habido cambio o el cambio que se da es exterior. El fondo sigue diciendo lo mismo. No así ocurre en la reacción química, donde ocurre un proceso de evolución y cambio. Por eso se pone una flecha: indicamos que ha habido una transformación de unas sustancias en otras distintas.

El descanso veraniego puede ser la ocasión de provocar en nosotros eso: una transformación. Las vacaciones son el momento idóneo para encontrar un ratito de tranquilidad, quedarnos a solas con nosotros mismos y pensar: ¿qué es necesario cambiar en mí, en mi vida? ¿Qué es lo que no debe quedar igual? ¿Qué sí debe permanecer?

A lo largo del curso, en mi trabajo como profe, oigo muchas veces (y me oigo a mí misma) eso de «el año que viene me voy a tomar las cosas de otra manera» o «voy a cambiar esta forma mía de trabajar, que así no puedo seguir». Nos vienen muchos propósitos que surgen en momentos de agobio en los que uno cree que va a reventar. Luego paramos la máquina, nos relajamos, y se relajan también esas metas que nos habíamos propuesto muy en serio llevar a cabo. Después llega septiembre, volvemos a empezar en algunas cuestiones, pero continuamos con otras exactamente igual que las dejamos, a pesar de que en su día nos propusimos, al menos, revisarlas.

Me repito mucho en esta idea: hay que parar. Se hace preciso (yo diría urgente) encontrar el momento y el espacio para la reflexión, la revisión y la proyección. Y, a continuación de esa parada, colocar la flecha. Esa flecha que nos recuerde que hemos pasado a otro estado, que hemos tomado lo que dentro de nosotros nos habita y nos agita, lo hemos recolocado y lo hemos sabido transformar en un producto final diferente que puede ser el punto de partida del próximo curso.

He hecho el camino de Santiago varias veces (bueno, no entero, pero sí una buena parte de él) y recuerdo con mucho cariño esas flechas amarillas que me iban acercando más y más al santo. Flechas que me indicaban el camino, distinguiéndolo de otros que me salían al paso; pero que también me recordaban que me estaba moviendo, que cada vez la meta quedaba más cerca.

¿Por qué no ir colocando flechas en esos caminos que cada día se abren ante nosotros? Flechas que te impulsen a sacarte del punto en que te encuentres y te indiquen que aún quedan pasos que dar. Pasos que te conducen a sitios donde las personas son otras, donde el entorno es otro, donde te vivas de otra manera. O, volviendo al ejemplo de las ecuaciones químicas, nos ayude a llevar a cabo una transformación que suponga un continuar y no un repetir.

Eso os deseo a todos: unas vacaciones muy divertidas y con buena compañía, pero en las que tengas algún ratito para ti (o varios) y analices dónde dejar los “iguales” y dónde poner las flechas. Pasa un tiempo contigo, reconócete, reencuéntrate. Descubre al menos un motivo para dar las gracias, arrímate a las bonitas palabras o los gestos entrañables, practica la ternura, lee, escucha música, contempla un paisaje bonito, siente el aire fresco del mar o la montaña y respira. Respira. Respira. Siente la vida dentro de ti.

¡Felices vacaciones!