La fragilidad hace referencia a la condición de debilidad y de escasa fortaleza de algo, tan escasa que puede romperse en cualquier momento. Esto sucede con la vajilla de porcelana que no solamente es susceptible de fragmentarse al más leve golpe, sino que por su condición de valiosa para nosotros se convierte en una realidad frágil. Así, cada persona es una realidad frágil por valiosa; su valor no se puede medir, porque se trata de un valor intrínseco que solo podemos traducirlo en lo que normalmente denominamos dignidad humana. Y en la fragilidad, la dignidad podemos enunciarla de una manera exclamativa: “¡tu vida me importa!, ¡eres importante para mí!”.
La fragilidad es la condición de valiosa de una realidad débil. La persona es frágil, no por débil, sino por valiosa. La fragilidad hace referencia al verdadero lugar que ocupa existencialmente el ser humano en este planeta. En repetidos lugares Leonardo Boff describe que el ser humano es esa parte de la Tierra que piensa, ama, sufre y venera. “Soy tierra que anda”, cantará Atahualpa Yupanki desde su sabiduría quechua. Formar parte de un todo que nos sobrepasa es acoger la propia fragilidad en algo o alguien que nos sostiene.
En otros lugares he recordado las mentiras existenciales con las cuales la ideología conquistadora que habitamos nos lanza mensajes que nos sacan de nuestro verdadero lugar. Si damos la vuelta a esos mensajes encontraremos caminos educativos de humanidad y solidaridad desde la fragilidad cordialmente asumida.
Ante el puedes con todo, cabe constatar que no puedo con todo y necesito de los demás para llegar a dar pasos pequeños. Los límites nos anudan en cuerpo colectivo.
Ante el negacionismo que da la espalda a la pandemia o al cambio climático, cabe la aceptación de esas realidades que no surgen por azar sino que en ellas interviene nuestra tozudez y ambición humanas, y desde esa aceptación nos abrimos a la posibilidad de afirmarnos como personas que nos necesitamos mutuamente.
Ante el eres libre para hacer lo que quieras sin que nadie te moleste, cabe abrirse a la libertad que nace de un objetivo mancomunado y que tiene en la convivencia una clave de pertenencia mutua.
Ante el más es mejor del consumismo desmedido cabe el menos es suficiente que nos abre al necesario sentido de la prudencia con el que hemos de saber vivir en estos tiempos de crisis radical.
A veces la fragilidad puede convertirse en un hilo conductor hacia una humanidad ignorada y escondida. Toda persona es un proyecto de humanidad y la fragilidad nos abre la puerta de un cierto sentido; en algunos casos este movimiento conduce a una antropología pesimista dominada por el mal radical, como esa propensión de cada ser humano a hacer el mal moral. Pero la fragilidad no es algo negativo ni destructivo.
La humanidad puede convertirse en un vínculo amoroso hacia el cual la fragilidad puede direccionarse. Para ello es preciso tratarse con respeto. Para Josep M.ª Esquirol, el respeto tiene que ver con la mirada atenta que nos hace observarnos desde el interior. La fragilidad conviene observarla y mirarla con atención desde dentro de nuestra humanidad para que sea revertida como hechura de lo más intensamente humano. Al reflexionar sobre la necesidad de ahondar sobre la realidad personal en profundidad, Esquirol entiende que “ser humano no significa ir más allá de lo humano, sino intensificar lo humano”. Al vincular fragilidad y humanidad intensificamos lo humano porque reconocemos en ambos polos lo valioso del ser humano. Llegar a esta convicción por vía de la experiencia habla al mismo tiempo de la escasa comprensión que tenemos sobre nosotros mismos y de la necesidad de no pasar como sobre ascuas quemadas por nuestra propia condición vulnerable.
La pérdida de un ser querido pone a prueba nuestra más honda humanidad. Luis García Montero, a los pocos meses del fallecimiento de su compañera de vida, Almudena Grandes, expresa en un reciente homenaje a la escritora: “Yo negocio la realidad con la poesía”. Negociar no es escapar, sino encajar y hacerse mejor y mostrar la más honda humanización incluso desde la herida. ¿Cómo negociamos nuestra fragilidad en el aula?, ¿de qué manera hablamos de ello?
El respeto a uno mismo en la fragilidad implica dialogar con la herida, encontrar la distancia adecuada para mirarla de frente y que no me haga daño. La fusión con la herida termina en confusión y derrota. El respeto propicia un diálogo interior donde se puede negociar la dura realidad con aquellos elementos que humanizan nuestra vida y nuestras relaciones.