La primera vez que me pidieron elaborar un código ético para una institución educativa pesaba mucho en el ambiente la presión de las familias para que los colegios hieran algo ante la ola de acosos que algunos alumnos y alumnas sufrían en los espacios escolares. Se me urgía a formular normas, prohibiciones, sanciones y castigos que visualizaran una cierta forma de entender la ética en una organización; es decir, tomar la ética como un código eminentemente normativo, lo más parecido a una app de un móvil, que nos diga en lenguaje binario lo que está bien y lo que está mal. Tan fácil y tan lejano.
Por mi parte, entonces y ahora, propongo elaborar un marco ético que responde a un modelo mixto, donde se integren principios, valores, orientaciones y normas. Las relaciones entre las personas que componen la comunidad educativa constituyen el núcleo de la actividad educativa y ética.
- Los principios éticos son pilares teóricos que constituyen el sistema de referencia que dará pie a los valores y normas que concretan el marco ético. Hacer bien el bien, ante todo no hacer daño, hacer lo posible para que cada persona sea autónoma, y colocar el cuidado como un pilar transversal del oficio de educar, constituyen algunos principios éticos relevantes.
- Los valores son cualidades de las cosas, personas y acontecimientos que nos hacen crecer como personas y mejoran el mundo que vivimos. Los valores los degustamos y estimamos y, en la medida que los realizamos, vamos acondicionando el mundo. Necesitamos entrenar y practicar los valores para que sean duraderos y creíbles. Ellos nos proporcionarán la buena forma ética que necesitamos y hacer frente, de este modo, al riesgo de la desmoralización.
- Las normas son concreciones de los valores. Pueden ser formuladas como orientaciones o consejos, buenas prácticas o prescripción de mandatos expresos. Lo importante no es el cumplimiento taxativo de la norma, si bien en ciertos casos ha de ser necesariamente así. Lo que importa es generar una pedagogía de la norma que sirva para reflexionar y discernir en conciencia la razón de cada norma. Estas normas nos indican un modo de proceder y nos aportan criterio. Somos educadores en el criterio y, para ello, nosotros mismos hemos de ser los más interesados en contar con un criterio ético adecuado.
Al elaborar un marco ético en una institución educativa, un director de colegio quería imponer la siguiente norma: “Prohibido tocar físicamente a los niños”. Y una maestra de Educación Infantil aseguró que si esa norma salía adelante ella tenía que dimitir como maestra porque para ella saludar cada día abrazando a sus alumnos era primordial. ¿Se trata de prohibir o se trata de respetar?, ¿qué ganamos echándonos en brazos del rigor? Si abundamos en el respeto como esa actitud básica que lleva a tratar al otro de manera que salvaguardemos en todo momento su dignidad, su cuerpo y sus ideas o creencias, entonces sabemos dónde se encuentra la línea roja que no debemos rebasar. Esto ocurre con el respeto, pero otro tanto podemos hablar de la ternura, del reconocimiento o de la empatía.
Por otra parte, hay que saber contar con lo que los docentes llevan consigo. En efecto, no podemos olvidar que tanto los principios como los valores configuran buena parte del capital social que ya existe en el seno de la comunidad educativa. Un capital que tiene que ver con el conjunto de valores que fluyen en la relación y entre las acciones educativas que se realizan en los colegios día a día. Este capital social constituye una red de apoyo y seguridad enormemente relevante, una auténtica comunidad de aprendizaje. Conviene no pasar de largo ante ello. Antes bien, es nuestro deber identificarlo y apreciarlo.
Un marco ético nace del encuentro y del cruce. Vivimos en una sociedad plural donde debemos ponernos de acuerdo en los valores que, de manera esencial, queremos promover entre todos los sujetos afectados. Por ello, el proceso participativo será imprescindible para elaborar este tipo de acuerdo de mínimos, desde la identificación personalizada con los principios fundacionales de cada colegio.
Un marco ético de actuación en el centro educativo pone las bases de una buena práctica profesional entre los educadores de nuestro colegio, ayuda a que los educadores cuenten con criterios propios de actuación, establece una normativa coherente con los valores en los que creemos e indica a los educadores qué es lo que se espera de ellos en nuestro centro educativo, en tanto que el testimonio ético es el motor educativo más importante para nuestro alumnado.