La perseverancia
La fortaleza de la perseverancia forma parte de las fortalezas que engloba la virtud del valor. Es la capacidad para seguir adelante a pesar de los obstáculos, las dificultades, el desánimo, la frustración o los propios deseos de rendirse. La perseverancia requiere dedicación, concentración y paciencia. Pero no implica la búsqueda obsesiva de objetivos inalcanzables.
La persona perseverante termina lo que ha empezado, vuelve a intentarlo tras un fracaso inicial, persigue sus objetivos y se mantiene concentrada y trabajando en su tarea. Las personas perseverantes suelen hacer lo que tienen que hacer y hacen incluso más; cumplen con sus objetivos con buen humor y con pocas quejas. Las personas con esta fortaleza son flexibles y realistas.
A la luz de la palabra
En los evangelios encontramos la fortaleza de la perseverancia encarnada en una mujer: la hemorroísa. Mujer, enferma y en continuo contacto con la sangre, tres detalles que en aquella época nos hablan de impureza, de pecado. Esta mujer ha roto su relación con ella misma (mal físico), su relación con los demás (mal moral) y su relación con Dios (como consecuencia de esos males, es una pecadora). Aun así, no cesa en su empeño de sanarse.
Había una mujer que padecía flujos de sangre desde hacía doce años. Había sufrido mucho a manos de los médicos y se había gastado en eso toda su fortuna; pero, en vez de mejorar, se había puesto peor. Oyó hablar de Jesús y, acercándose por detrás, entre la gente, le tocó el manto, pensando: «Con solo tocarle el manto curaré». Inmediatamente se secó la fuente de sus hemorragias y notó que su cuerpo estaba curado. Jesús, notando que había salido fuerza de él, se volvió enseguida, en medio de la gente y preguntaba: «¿Quién me ha tocado el manto?». Los discípulos le contestaban: «Ves cómo te apretuja la gente y preguntas: “¿Quién me ha tocado?”». Él seguía mirando alrededor, para ver a la que había hecho esto. La mujer se acercó asustada y temblorosa, al comprender lo que le había ocurrido, se le echó a los pies y le confesó toda la verdad. Él le dice: «Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz y queda curada de tu enfermedad» (Mc 5,25-34).
Actividad de reflexión inspirada
No conocemos el nombre de esta mujer. El nombre que tradicionalmente se le ha dado, hemorroísa, es un apodo que nace de la enfermedad que padece: está en continuo contacto con la sangre. Podemos orientar la lectura meditativa de nuestro alumnado teniendo en cuenta algunas cuestiones:
- Podemos considerar a la hemorroísa como una víctima de la Ley (Lev 15), se ha pasado toda su vida (doce años: «doce» es símbolo de un todo) sometida a una institución religiosa que la excluye y anula.
- Su vida ha sido una larga noche oscura en soledad, buscando soluciones sin éxito, va más allá y se salta las normas, rompe con la institución religiosa. Se acerca a Jesús, toca su manto, sabiendo que lo dejará impuro según la ley vigente. Y confiesa en público su enfermedad íntima.
- Esta perseverancia, valentía y confianza en Jesús le salvan: «Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz y queda curada de tu enfermedad».
Para profundizar
Jesús, con su actitud ante la hemorroísa, trasciende la ley y la historia. Y deja a la mujer ser mujer. La hemorroísa vive en su día a día la fortaleza de la perseverancia: ha intentado todo por sanarse, por acabar con su impureza legal máxima, por recuperar su dignidad como persona a los ojos de los demás, de sí misma y de Dios. Y, al final, gracias a su dedicación y constancia, no sin muchos fracasos de por medio, consigue su objetivo: Jesús la «tocó». En el Reino ya no hay enfermos alejados de Dios, sino que, por el contrario, ellos también y especialmente son hijos de Abbá.
Isabel Gómez Villalba
Docente e investigadora en la Universidad San Jorge.
Centrada en la innovación educativa, investigo y diseño experiencias pedagógicas tanto para la integración y desarrollo de habilidades espirituales en el proceso de enseñanza-aprendizaje, como en el estudio y la implementación de proyectos de aprendizaje–servicio.