La valentía
La valentía es una fortaleza personal que implica el ejercicio de la voluntad para la consecución de metas ante situaciones de dificultad externa o interna. Es el valor de no dejarse intimidar ante la amenaza, el cambio o la dificultad. Consiste en ser capaz de defender una postura que uno cree correcta o actuar según las propias convicciones, aunque eso suponga ser criticado.
Esta fortaleza incluye el valor físico, pero no se limita a él. Hay otros tipos de valentía igualmente importantes. La valentía también entra en juego cuando nos enfrentamos a nuestro mundo interior, con preocupaciones menos obvias, pero quizás más difíciles de afrontar, como nuestros miedos o inseguridades. La valentía es la búsqueda intencional de una meta digna a pesar de la percepción real de amenaza personal y resultado incierto.
A la luz de la Palabra
Si pensamos en personajes valientes que aparecen en los evangelios, no podemos dejar de mencionar a las mujeres, las cuales, siendo discípulas de Jesús, no le abandonaron nunca, cosa que sí hicieron los apóstoles.
Si de algo tenemos constancia es de que ellas son las primeras que viven la experiencia de encuentro con Jesús resucitado. Y ese hecho responde a que las que han vivido las consecuencias de la vida sin Jesús, arrinconadas como impuras, consideradas incapaces de aprender la Ley, de hacerse cargo de su vida, han entendido qué es el Reino.
Tras el encuentro con el Resucitado, sus vidas han cambiado, han experimentado que Jesús está vivo. Ya no hay vuelta atrás.
Pasado el sábado, al alborear el primer día de la semana, fueron María la Magdalena y la otra María a ver el sepulcro. Y de pronto tembló fuertemente la tierra, pues un ángel del Señor, bajando del cielo y acercándose, corrió la piedra y se sentó encima. (…) El ángel habló a las mujeres: «Vosotras no temáis, ya sé que buscáis a Jesús el crucificado. No está aquí: ¡ha resucitado!». (…) De pronto, Jesús les salió al encuentro y les dijo: «Alegraos». Ellas se acercaron, le abrazaron los pies y se postraron ante él. Jesús les dijo: «No temáis: id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán» (Mt 28,1-2;5-6;9-10).
Actividad de reflexión inspirada
En la época de Jesús, las mujeres no podían testificar en un juicio porque estaban consideradas incapaces. Sin embargo, son ellas las principales testigos de la Resurrección. Podemos diseñar una situación de aprendizaje en la que el alumnado recree ese momento. Acompañamos en la reflexión tras la acción e invitamos a que traten de describir los sentimientos que inundaron a estas mujeres.
Para profundizar
Descubrimos en estas mujeres un modelo de valentía y un símbolo de fe. Podemos darnos cuenta de las nuevas relaciones que establece Jesús con las personas de su época, en las que no distingue a hombres y mujeres, sino que trata a todas las personas con la misma dignidad. El Mensaje de Dios es para todos. En estas relaciones con hombres y mujeres, Jesús nos está hablando de Dios y de su Reino.
Celebrar la resurrección de Jesús es abrirnos a la energía vivificadora de Dios. El verdadero enemigo de la vida no es el sufrimiento, sino la tristeza. Nos falta pasión por la vida y compasión por los que sufren. Y nos sobra apatía y hedonismo barato que nos hacen vivir sin disfrutar lo mejor de la existencia: el amor. La resurrección puede ser fuente y estímulo de vida nueva.[1]
Isabel Gómez Villalba
Docente e investigadora en la Universidad San Jorge.
Centrada en la innovación educativa, investigo y diseño experiencias pedagógicas tanto para la integración y desarrollo de habilidades espirituales en el proceso de enseñanza-aprendizaje, como en el estudio y la implementación de proyectos de aprendizaje–servicio.
[1] J.A. PAGOLA, El camino abierto por Jesús., Madrid, 2010, PPC, pp. 299-300.