El horror de la guerra de nuevo invade nuestras vidas y nos echamos a temblar con razón. La invasión de Ucrania por parte del ejército ruso deja un reguero de muerte, destrucción y millones de desplazados, que nos alertan de un peligro catastrófico. Pareciera que la distopía de un futuro cada vez más totalitario e intolerante, con escasez de recursos para todos, se nos viniera encima. Y, sin embargo, la educación es la apuesta permanente por la utopía del entendimiento y por la búsqueda del conocimiento que ensancha la mirada. ¿Cómo recrear nuestros espacios educativos desde la promoción de los valores que humanizan, en un contexto donde parece que ya se haya decretado el fin de la convivencia pacífica?
La comunidad escolar debe erigirse en estos momentos en casa del cuidado. En primer lugar, del cuidado de la palabra, intentando no acudir al lenguaje belicista que nos asedia desde los medios de comunicación y desde la esfera política. De nuevo, el idioma del conquistador, del duro de la película o del resistente que se inmola parece que es la única alternativa que surge, en medio de un pensamiento cortoplacista y de baja calidad ética. En momentos donde la palabra se ha convertido en arma de destrucción, la voz de quien educa solo puede buscar la disminución de la agresividad y la búsqueda del término adecuado en cada caso, sin caer en el discurso del odio que divide, enfrenta y siempre salva a ese «nosotros» arrogante.
La casa del cuidado deberá promover un pensamiento realmente crítico, aunque no vaya a la moda. Especialmente, a los adolescentes es preciso abrir mentes, no cerrarlas; que conozcan todos los ángulos de la realidad, no solo el que más interesa a nuestro país como jugador de un bando concreto. En una tutoría con alumnos de 4º de la ESO en adelante, como educador, sometería a diálogo estas declaraciones de Juanjo Aguirre, obispo en Centroáfrica:
Esta guerra de Ucrania es horrible por los desastres que produce, las heridas que abre y el futuro incierto que crea. Hay unas 25 a 30 graves actualmente en el mundo, siempre horribles como la de Ucrania. La de Arabia Saudita contra el Yemen es abominable y encima allí no les damos las armas al agredido sino que se las vendemos al agresor y le ponemos la alfombra roja cuando vienen a comprar fragatas de guerra, balas y fusiles automáticos[1].
La guerra que nos ha dejado perplejos debe abrirnos la puerta a un conocimiento más acertado de esa realidad que normalmente no nos llega porque no interesa. El cuidado se emparenta con la justicia y con la búsqueda de la verdad, aunque duela. Buscar los datos de la realidad compleja, adecuando la explicación a distintos niveles, es muy necesario. No podemos reducir esto que acontece a la fuerza bruta que divide el mundo en buenos y malos, en blanco o negro. La complejidad nos pide un esfuerzo mayor.
La casa del cuidado está encaminada a la creación de valores o a su destrucción. Los valores éticos como la paz, la solidaridad y la vida no se encuentran escondidos en ningún baúl. Los tenemos delante y los construimos o destruimos con nuestras acciones. Podemos y debemos ser solidarios con los refugiados ucranianos y, al mismo tiempo, puede que entre nuestros alumnos se escape algún conato de insulto o venganza ante los rusos que se encuentran en las aulas o en el barrio. Gandhi pronosticó que mediante la ley del ojo por ojo todos al final quedaremos ciegos. Por algún lugar habrá que romper la tendencia generalizada a armarnos de violencia y a cargar nuestra mochila de odio.
De nuevo la paradoja del Evangelio se asoma en la casa del cuidado. Mientras que Estados Unidos, Rusia y China se reparten la tarta mundial con voracidad, la violencia de Jesús forma parte de ese legado de indomables de la historia que encarnan la violencia de los pacíficos: no dejan de llamar al pan, pan; pero rehúyen el choque, la venganza y el odio que lo sustenta. «No nos habituemos a la guerra y a la violencia», reclama el papa Francisco. Es hora de armarnos solo de aquellos valores que construyan humanidad. ¿Ingenuidad? Bendita ingenuidad: «Bienaventurados los pacíficos, porque ellos serán llamados hijos de Dios» (Mt 5,9). Esa humanidad en peligro de extinción es la que solicita el necesario rearme ético.
[1] https://www.religiondigital.org/opinion/Juan-Jose-Aguirre-obispo-bangassou_0_2430956885.html