TAMBIÉN EN LA CIENCIA HACE FALTA LA TERNURA

Durante la Segunda Guerra Mundial, los alemanes, a la cabeza en tecnología, quisieron ir a por los mejores científicos del momento para una causa: la construcción de la bomba atómica. Algunos lograron escapar de sus manos, como Niels Bohr o Albert Einstein, pero otros sí trabajaron para ellos, como Werner Heisenberg, quien en 1932 había recibido el Premio Nobel de Física por sus contribuciones a la Física Atómica.

Heisenberg fue captado por la Alemania nazi para trabajar en lo que se llamó el Proyecto Uranio (similar al Proyecto Manhattan en Estados Unidos), cuyo fin era la fabricación de la bomba atómica. Ante la presión que sufría por parte de los alemanes para la construcción de dicha bomba, Heisenberg fue a ver a su amigo Bohr, con el que había trabajado muchos años, durante los cuales se forjó entre ellos una profunda amistad. El final de esa amistad no se conoce a ciencia cierta, pero se cree que fue debido a una conversación que tuvieron acerca de la bomba atómica. La oposición de Bohr a la fabricación de dicha bomba chocó frente a la confesión de Heisenberg acerca de su participación en el proyecto alemán. En este episodio se inspiró la obra de teatro «Copenhague», que propone una posible razón por la que una amistad tan profunda y de tantos años como la que mantuvieron Bohr y Heisenberg terminara para siempre.

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Sin embargo, Heisenberg no terminó de culminar el proyecto de tan temible bomba atómica y, como consecuencia, Estados Unidos se le adelantó. La Historia ya nos narra el final de tan terrible logro.

La pregunta es: ¿cómo un físico de tanto prestigio e inteligencia como Heisenberg no se adelantó a los norteamericanos, si tenía la capacidad para hacerlo? Se dice que había una explicación: que Heisenberg provocó el retraso de dicho logro. Parece ser que no tenía ningún interés en ello. Unos dicen que porque sabía que iba a ser imposible su construcción, pero hay escritos que atestiguan que fue el temor a la destrucción y la conciencia del dolor que aquello provocaría en el mundo lo que le motivó a retrasar conscientemente la construcción de la bomba. Parece ser que, para ello, proporcionó intencionadamente unos datos que fueron erróneos para el experimento, cuando posteriormente se demostró que él sí sabía los datos correctos. Esto se puede deducir de un artículo de la revista Phisycs Today:

«Las evidencias de que disponemos sugieren que Heisenberg no tenía interés en construir una bomba… La mayor prueba de su falta de interés la tuvimos al final de la guerra. Heisenberg y aproximadamente otros diez científicos nucleares alemanes fueron internados en Farm Hall, una finca en Inglaterra. Todas sus conversaciones eran grabadas sin que ellos lo supieran. Cuando oyeron por radio la noticia de la bomba atómica de Hiroshima, no se lo podían creer. Cuando se dieron cuenta de que era cierto, le preguntaron a Heisenberg cómo era posible. ¡Su primer intento de explicación fue totalmente equivocado! […]. Que era capaz de hacer ese trabajo se puso de manifiesto alrededor de una semana después, cuando, en otra conversación, se autocorrigió y expuso una teoría similar a la elaborada por Rudolf Peierls y Otto Frisch en 1940. Calculó que se necesitaban unos 20 kg de uranio 235, lo cual era casi correcto. Estas dos conversaciones me demostraron que Heisenberg, la cabeza científica del esfuerzo alemán, no había estado trabajando en una bomba. Demostraban que carecía de información esencial y que pudo haberla obtenido si lo hubiera intentado».

No podemos asegurar si es verdad que fue un ataque de arrepentimiento lo que sintió Heisenberg, o que simplemente su inteligencia no fue suficiente para logra la fabricación de la bomba atómica. Yo, personalmente, quiero creer que por lo primero, quizás impulsada por el deseo de ver que la ternura y la compasión son posibles de surgir en el corazón de quienes tienen en sus manos la capacidad de destrucción. Quiero creer que Heisenberg, realmente, no quiso construir la bomba para evitar la tremenda catástrofe que, por otra parte, sí perpetró Estados Unidos.

Siempre he pensado (como muchos científicos de renombre) que la ciencia puede ayudar a que el mundo sea mejor. Pero es cierto que puede convertirse en un arma de doble filo, no por la naturaleza de su esencia, sino por quienes optan por trabajar con ella y en ella. De ahí que, como digo en el título de este artículo, hace falta la ternura también en la ciencia. Porque la ternura no es cosa de débiles. Hay que ser muy valiente para vencer los muros de la rigidez y de la falsa entereza y dejar que se derrame sobre el mundo a borbotones, bien a través de la ciencia como a través de la economía, de la justicia, de la filosofía y, dados los tiempos actuales, sobre todo a través de los políticos que tienen la capacidad de decidir sobre los designios del mundo.

Ante la triste e incomprensible situación que presenciamos día a día en Ucrania, me pregunto dónde está Dios, por qué guarda tanto silencio. Siempre obtengo la misma respuesta: en las personas. Él se sirve de ellas para que, a través de pequeños grandes gestos, día a día se afiance la esperanza de un mundo mejor. Pido que ablande el corazón de quien o quienes pueden frenar este dolor tan profundo y que, quizá como le sucedió a Heisenberg, les gane la compasión frente a la victoria destructiva.