Richard Feynman es un físico estadounidense que, en 1965, ganó el Premio Nobel de Física por la resolución de una serie de problemas relacionados con la teoría de la electrodinámica cuántica. Curiosamente, en un discurso que dio en una ocasión, pronunció las siguientes palabras: «Creo que puedo asegurar con seguridad que nadie entiende la mecánica cuántica». ¿Quééééé? ¿Cómo es posible que el Nobel de Física por su trabajo relativo a la física cuántica diga esto? Anda que, si él hace semejante afirmación, ¿qué podemos decir acerca del tema los demás, «simples mortales» ?
Dicen que Richard Feynman comentaba a quienes escuchaban sus explicaciones que no intentaran comprender lo que enseñaba «en términos de algo familiar», sino que simplemente se relajaran y disfrutaran.
A veces esto nos pasa con la vida misma. Pretendemos comprender todo lo que nos ocurre o lo que sucede a nuestro alrededor. Es nuestra naturaleza: pasarlo todo por la razón, intentar que lo que acontece en nuestro entorno nos resulte comprensible. Eso nos da tranquilidad y seguridad. Pero lo cierto es que hay muchas cosas que trascienden el mundo físico, vitales para nosotros, que se escapan de nuestro conocimiento y capacidad para vislumbrar, pero que, aún así, ocurren: en el amor, a veces no correspondido, o que no funciona aunque queramos con el corazón y hayamos puesto todo de nuestra parte; en la confianza, que no entendemos cómo cuesta tanto ganarla y cómo se pierde en un simple instante; en la amistad, que puede ser tan fuerte como frágil a la vez; en las intuiciones sin base lógica que nos conducen con fuerza hacia una meta concreta. ¿Cuántas veces hemos dicho aquello de «no estoy seguro, pero sé que es por ahí»?
Quizás se trate, como dijo Feynman, de relajarse y disfrutar. Esto no significa ir a lo loco, sin propósito ni intención. Para mí es más bien una disposición de apertura, de apartar los dogmas y fundamentalismos, e intentar observar, contemplar, escuchar y tomar conciencia de lo que se mueve a nuestro alrededor. Quizás la vida, en muchas ocasiones (o en todas, no estoy segura) sea un vehículo de viaje en el que a veces hay que saber el camino, y en otras se trate de, simplemente, disfrutar del paisaje sin querer saber qué sentido tiene.
Yo relaciono bastante todo esto con mi relación con Dios. Sí, porque muchas son las veces en que trato de entender sus designios, su voluntad. Sin embargo, hay otras en que simplemente decido «relajarme y disfrutar», esto es, ponerme en sus manos y confiar que hay Alguien por ahí que me quiere y cuidará de mí como Padre que es, aunque no entienda en ocasiones cómo obra. Quizás sea, como dice san Ignacio de Loyola: «Ora como si Dios cuidara de todos; actúa como si todo dependiera de ti».
Llegados a este punto, siempre recuerdo las palabras de Jesús en el evangelio de Mateo: «Mirad cómo crecen los lirios silvestres, sin trabajar ni hilar. Os aseguro que ni Salomón, con todo su fasto, se vistió como uno de ellos (…). En conclusión, no os angustiéis pensando: ¿qué comeremos?, ¿qué beberemos?, ¿con qué nos vestiremos? Todo eso buscan ansiosamente los paganos. Pero vuestro Padre del cielo sabe que tenéis necesidad de todo aquello. Buscad, ante todo el reinado de Dios y su justicia, y lo demás os lo darán por añadidura».
Que para este nuevo año que recién hemos estrenado, la confianza en Dios y en su providencia sean el mejor lugar donde cobijarnos cuando las cosas se pongan feas. ¡Feliz Año Nuevo!