Los niños han sido los últimos en vacunarse.
Que sí, que la explicación sanitaria es muy convincente. Que el virus hace más daño a las personas mayores; que el sistema inmunológico de los más pequeños es más fuerte; que…
Y así podríamos seguir enumerando argumentos para justificar que, niños y niñas, deben esperar hasta el final.
Permitidme este pequeño guiño en el dibujo, donde Tuino aparece con mascarilla, no por prevención, sino para que no hable. Porque la reivindicación de ese grupo de jóvenes no está referida a las vacunas, sino al deseo de ser puestos en primer lugar.
Y no es este un deseo estético, un gesto de buena voluntad que podemos tener los adultos dejando paso y espacio a los pequeños, sino que es una de las grandes claves evangélicas. ,Y si no, releed Mateo18, 1-4: «Yo les aseguro a ustedes que si no cambian y no se hacen como los niños, no entrarán en el Reino de los cielos. Así pues, quien se haga pequeño como este niño, ese es el más grande en el Reino de los cielos».
Pero, claro, los adultos siempre tan cuidadosos y ejemplares, hemos ido perdiendo color y frescura con los años. Hemos dejado de jugar, de soñar o de sonreír. La vida es muy seria como para tomársela a broma. Y, claro, así nos va. No podemos presumir de dejar un planeta cada vez mejor a nuestros descendientes que tomarán decisiones cuando los dejen. Es decir, cuando sean adultos.
Nuestros jóvenes y nuestros niños deberían ser los primeros. ¿Y eso cómo se hace?. Para empezar, escuchándoles, preguntándoles y tomando decisiones en función de sus respuestas. Aunque puedan ser (y probablemente lo sean) diferentes a las que daríamos nosotros.
¿Os imagináis un mundo donde puedan votar teniendo cualquier edad? ¿O un sínodo de niños y niñas? Suena a locura, ¿verdad? Pues sí. Suena a la locura del Evangelio.
Feliz año 2022.