Toda estrategia metodológica o técnica empleada para aplicar a nivel educativo comporta una serie de aspectos positivos que, ineludiblemente, tienen su otra cara de la moneda a la hora de ser puestos en valor. Así, pues, podríamos hablar de valores en alusión a las aportaciones dignas de ser tenidas en cuenta por su interés y antivalores a esos otros imponderables que bien pueden pasar desapercibidos por carentes de importancia en nuestra labor.
Si trasladamos estas premisas al enfoque de esta columna de reflexión u opinión, es decir, al enfoque digital de la asignatura de Enseñanza Religiosa Escolar, podríamos referirnos a valores y antivalores que las TIC reportan dentro de la labor docente, si es este enfoque que pretendemos estudiar o, desde el punto de vista del alumnado, en caso de ser él quien ocupe nuestra reflexión final. Por tanto, a continuación, pasaremos a desglosar algunos de estos aspectos que, sopesados tras numerosas experiencias educativas con sus consiguientes éxitos y fracasos, han podido consolidar un pensamiento más o menos crítico y ecuánime sobre lo que la asignatura de religión necesita o requiere de la tecnología y todo lo que de ella se deriva.
La religión camina de la mano de la sociedad y, por tanto, avanza con ella al tiempo que sus circunstancias lo hacen. Es obvio que la tecnología o la digitalización son avances para numerosos aspectos de la vida, también de la educación. Por tanto, la ERE digitalizada se torna esencial para acompañar el crecimiento integral de un alumnado y un profesorado que ha incorporado todos estos avances a su día a día. Paralelamente a esto, la religión conserva y preserva un mensaje de vida que lleva inalterable dos milenios, luego es innegable su originalidad, esencia e independencia de cualquier elemento externo que enmascare o sustituya lo que transmite. Parece un contrasentido. Un valor y un antivalor de la tecnología incorporada a la clase de Religión o pastoral.
El carácter humano de la transmisión del mensaje o la Buena Noticia requiere una socialización en su enseñanza. Es decir, es el ser humano quien llega a otros seres humanos desde la palabra, la obra, el sentir, el testimonio vital. Para ello se precisa un contacto cercano que deje a un lado canales considerados obstáculos en favor de un humanismo relacional. ¿Hay cabida ahí para lo digital? Tal vez sí. Porque con los recursos y mecanismos de los que hoy en día disponemos, nuestra voz se torna más fuerte y amplificada. Nuestros mensajes y experiencias vitales llegan más lejos de lo que una simple persona puede conseguir por sí sola. La difusión de la fe, la enseñanza y su propagación es más rápida, más potente. ¿Mejor? Aquí podemos observar una nueva controversia acerca de lo que la tecnología o el enfoque digital de la ERE supone en cuanto a otro valor y su consiguiente antivalor presentan.
La Palabra de Dios es la fuente de alimentación esencial de cualquier agente educador en la fe. También de la tecnología.
La experiencia de fe es algo muy personal, aunque ello pueda ser vivido en comunidad. Sin embargo, no parece tener cabida algo tan impersonal como un dispositivo tecnológico o herramienta digital para vivir la fe, experimentar y vivir el Evangelio, aprender y enseñar. Es el individuo quien siente, vive, cree, da testimonio, comparte, interioriza, percibe a Dios en su estado puro de forma incomparable. Pero ¿acaso no puede ayudarse de elementos periféricos para hacerlo? ¿Puede el ser humano sentir a Dios también acompañado de tecnología? La música, la literatura, el arte en general siempre han sido herramientas para la transmisión de la fe que ayudan a acercarnos a Dios. ¿Y si ahora esas herramientas fuesen dispositivos, aplicaciones o programas que, sin pretender sustituir lo tradicional y esencial de nuestra fe, ayudasen a creer también?
Sin lugar a dudas, todas estas cuestiones que se han planteado son controvertidas en gran medida. Para muchas personas las propias preguntas ya tienen respuestas desde la propia fe. No obstante, en el tiempo en que vivimos toca hacerse estas preguntas también porque la realidad está en continuo cambio y evolución. En muchas ocasiones esta evolución cristaliza en aspectos positivos para la humanidad y para el propio ser humano como creación de Dios, pero en más ocasiones de las que se puede uno imaginar la propia persona enmascara a su Creador tras filtros innecesarios que dificultan sentirlo, dificultan vivir y construir Reino. Pero es en ese preciso momento cuando más sencillo se hace discernir entre los antivalores y valores que el progreso tecnológico produce en nuestra realidad, sobre manera en el ámbito educativo. Es entonces en el que una pregunta aclara decenas de interrogantes: ¿qué haría o diría Jesús?