En esta época, la Biblia era el texto básico para la enseñanza de la teología, no solamente en su texto sino también por la lectura de los comentarios. La pedagogía de las escuelas medievales ya hemos dicho que consistía en la lectura tipológica del Antiguo Testamento: la continuidad de la antigua alianza en la nueva y el nacimiento de la Iglesia del costado de Cristo como Eva, que nace de la costilla de Adán. En este sentido, tenemos que mencionar Concordia Veteris et Novi Testamenti de Joaquín de Fiore que realiza una «violenta interpretación alegórica»[1] de los textos no sólo veterotestamentarios, sino que incluía en sus trabajos, el Nuevo Testamento, hasta llegar a afirmar que la Encarnación no era más que prefiguración de la venida del Espíritu. Este autor, cobra una especial importancia por el delirio mistagógico de alguna de sus obras, que impactan en un ambiente ya muy espiritualizado.
El equilibrio, entre la importancia del Antiguo Testamento en relación del Nuevo, no se logrará hasta el siglo XIII, pero el reflejo de toda esta manera de ver las cosas quedará inscrito en una de las vidrieras de Saint-Denis donde Suger hacer escribir: «Moyses velat, Christi doctrina revelat».
Por otra parte, en el siglo XII, no hay separación entre el concepto teológico de eclesiología y la política[2]. Un ejemplo es el propio abad Suger, que ejerció ambas cosas, pero no es el único. Para los medievales, la política no es lo que es para nosotros, sino una forma de alcanzar la salvación eterna dentro de la Iglesia. Se trata de una época en que se suaviza la antigua dicotomía entre vida activa y vida contemplativa. Para poder conocer lo que se entendía en la Edad Media, tenemos que alejarnos de nuestros preconceptos actuales y sumergirnos en el pasado, con la ayuda de las fuentes escriturarias. Las traducciones de las obras de Aristóteles van a tener una influencia clave en la transformación de los conceptos, no solo en la Iglesia, sino en la sociedad en general, buscando asignar nombres nuevos a las realidades que estaban ya presentes. Este espíritu de redefinición es una de las características de la época y del concepto de Iglesia, que conllevará cambios institucionales.
Si asumimos que todo poder es político, podríamos definir la política como el ejercicio de la relación de poder; pero este ejercicio, en la Edad Media, se ejercía desde los señores hacia los vasallos, de una manera inscrita en la cultura aristocrática de la época. Esto afecta notoriamente a la forma cómo la Iglesia se inserta en la sociedad, de tal manera que no se dedica exclusivamente a los rituales o al culto, sino que intenta influir en la sociedad, para transformarla en una manera de vida que sea más evangélica; desde los monasterios se influye en la gente, no para sacar provecho de ella, sino para cambiar las estructuras, ejerciendo el poder de una forma operativa, vinculada a la utilidad pública o al bien común. Este impulso hace que la cultura señorial vaya cambiando; de las aldeas se pasa a las ciudades, de la aristocracia a la burguesía y del románico al gótico.
[1] E. Vilanova, Historia de la teología cristiana, Barcelona, 1987, Vol. I, 511 y ss.
[2] A. I. Carrasco Manchado, «La invención de la política en el siglo XII: reflexiones y propuestas desde una perspectiva conceptual», Anales de la Universidad de Alicante 19 (2015-2016), 41-65.