Panofsky atribuye las ideas de nuestro abad a la influencia que en él ejercieron las obras del Pseudo-Dionisio (místico bizantino del siglo VI) y los textos de Juan Escoto Erigena (filósofo irlandés del siglo IX)[1]. Otto von Simsom apunta a unas influencias más amplias acerca de asuntos relacionados con el simbolismo, la especulación cosmológica y el conocimiento de las realidades espirituales, pero sin definir autores concretos[2].
En los últimos años, los trabajos de Marie Dominique Chenu y Henri de Lubac han abierto la posibilidad de explorar la relación entre Suger y Hugo de San Víctor, perteneciente a una de las grandes escuelas teológicas del siglo XII[3]. La Escuela de San Víctor fundó una visión exegética que echó los cimientos para la incorporación de la tradición del Pseudo-Dionisio en las tradiciones contemplativas del occidente medieval. Se ha apuntado también la influencia de la Escuela de Chartres, respecto a la especulación cosmológica y los aspectos geométricos y matemáticos necesarios para la realización de la construcción de la abadía, que se observan en los escritos de Guillermo de Conches[4], los poemas de Alain de Lille y en las obras de Pedro Abelardo.
Pedro Abelardo ha sido considerado como «el primer hombre moderno»[5], fruto de una audacia teológica que supo liberarse del agustinismo imperante, para valorar los derechos de la conciencia, reivindicando la experiencia de la fe y su reflexión. En este sentido, desea que el dogma sea comprendido por aquel a quien se expone, de tal forma que comprenda los enunciados de su fe y puede captarla con una conciencia clara; por eso está en contra de la repetición de fórmulas incomprensibles.
La Escuela de San Víctor tiene su origen en Guillermo de Campeaux y adopta la regla de San Agustín en 1113[6]. Pronto fue un centro conocido y reconocido en la exégesis bíblica y en el comentario de los Padres. Uno de sus más sobresalientes representantes es Hugo, que destaca por su insistencia en la importancia que hay que dar al sentido histórico de la Biblia, por encima del sentido alegórico. Opta por intentar descubrir en la creación, en el pecado original y en la redención, el sentido de la historia humana, desde una teología que podemos definir como cristocéntrica, eclesial y sacramental. Su teología es utilitarista, en el sentido de que quiere llegar hasta la contemplación espiritual, apoyándose en elementos de la naturaleza que pueden provocar una experiencia mística buscada. De alguna manera, intenta reinterpretar la creación, ligándola con la redención e intercambiando el vocabulario con la filosofía.
La Escuela de Chartres se caracteriza por la toma de conciencia de que los monjes tienen que prestar atención a la realidad exterior que les rodea, realidad que está regida por las leyes naturales, que poseen en su interior una fuerza que conduce a la gracia[7]. Se trata del descubrimiento del mundo, no como negación de la actividad divina, sino como elemento conducente hasta Dios. Parte de la concepción del universo como un todo, amado y deseado por Dios, que no puede estar desligado de la voluntad divina, sino que vive y conduce hasta la Verdad. Así como en el siglo XI se despreciaba la realidad cotidiana con visiones apocalípticas, ahora la flora, la fauna, las estaciones del año, los trabajos cotidianos, el sol y la luz transparentan la realidad divina. La figura de Guillermo de Conches[8] destaca por la opción que hace por el estudio de las ciencias naturales, abandonando la teología, en un esfuerzo de orientar el platonismo hacia la filosofía cristiana.
Estos son los mimbres que componen la forma de entender la vida del abad Suger. La teología de Hugo inspira su forma de comprender la naturaleza, desde la creación y desde la naturaleza, como camino de comprensión de Dios y de redención del género humano. Los estudios de Guillermo de Conches animan esta forma de entender la realidad que rodea a los seres humanos. Todo junto hace que aparezca una figura tan sugerente, capaz de dar luz a un mundo oscurecido por los tinieblas visionarias y negativas del románico, y de concebir una nueva manera de acercar las personas a Dios, mediante la visión positiva de la realidad circundante, donde la verdad divina está encerrada.
[1] E. Panofsky, El abad Suger. Sobre la abadía de Saint-Denis y sus tesoros artísticos, Madrid 2016, 18-25.
[2] O. von Simson, La catedral gótica, Madrid 1980, 61-141.
[3] M. D. Chenu, La thèologie au Douzième siècle, Paris 1957, especialmente los capítulos 5, 7 y 8. H. de Lubac, Exégèse médiévale, París 1959-64, especialmente el vol. 2, parte 2.
[4] Se inspiró en las obras de Macrobio, Boecio y en la traducción de Timeo.
[5] M. D. Chenu, “Abelardo, el primer hombre moderno”, en La fe en la inteligencia, Barcelona 1966, 133-146.
[6] E. Vilanova, Historia de la teología cristiana, Barcelona 1987, vol. I, 565 y ss.
[7] E. Vilanova, Historia de… 581 y ss.
[8] Con Chenu podemos resumir su manera de ver las cosas en una frase entresacada de su Glossa in Timaeum: “est mundus ordinata collectio creaturarum”. Citado en: M. D. Chenu, La thèologie... 246.