LO NUESTRO, LO HUMANO, ES CAMBIAR…

Que la Química es algo que siempre se ha asemejado (y se asemeja) a la magia es una cuestión en la que creo que todos estamos de acuerdo. Explosiones, cambios de color, de olor, de estado… De repente, lo que no estaba, está, y lo que estaba… ¡desapareció! Parece cosa de Harry Potter, pero no. Es ciencia. Es Química. Concretamente, es una reacción química. Lo que ha ocurrido es un cambio químico.

Un cambio químico es aquel en el que ocurre un cambio en la naturaleza de los compuestos que intervienen en él. En ese proceso, unas sustancias se transforman en otras. Y eso es lo que nos causa tanto asombro. Es lo «peliculero»: mezclo esto con esto otro y, tachán, tachán… ¿de dónde sale ese producto negro que antes no estaba? No me extraña que los primeros químicos, los alquimistas, fueran considerados brujos (por cierto, alquimista era aquel que practicaba la alquimia, y este es un término árabe que proviene del griego chemia que significa «mezclar líquidos»). A día de hoy estoy convencida de que, allá por la Edad Media, hubo magos al estilo del mago Merlín, solo que, en realidad, no eran magos. Eran químicos en potencia.

Cuando le explico a mi alumnado el concepto de cambio químico y empiezo con el tema de las reacciones químicas, les muestro vídeos de reacciones químicas espectaculares donde pueden ver toda esa fantasía y parafernalia maravillosa, pero, ¡ojo! Hago mucho hincapié en el hecho de que «podemos explicar» ese cambio, por ello es ciencia y no magia. Esa transformación de unas sustancias (que llamamos reactivos) en otras distintas (llamadas productos) ocurre, es real. Pero hay que tener en cuenta que esas sustancias formadas no salen de la nada, sino que, en realidad, parten de la reorganización de las «piezas de un mecano» que ya estaban antes de que ocurriese la reacción química. Me explico: tengamos el siguiente proceso de combustión:

C4H10 + O2 à  CO2 + H2O

Es cierto que obtenemos unas sustancias (CO2 + H2O) que antes no estaban, pero no surgen de la nada. Surgen de la recombinación de elementos que ya estaban en los reactivos: C, O y H. Es como si tuviéramos unas piezas de un juego de construcción (el mecano del que hablaba antes). Tú tienes unas piezas y, según las unas, puedes construir un coche, un cohete o un robot. Imagina algo así:

Robot à coche + torreón

Todo esto es porque hoy, con la llegada del otoño, he pensado en esto de cambiar. En cómo la vida va mutando, mudando y transformándose, cómo ese es su proceso natural. Y nosotros, sujetos de esa vida, también somos cambio. A veces tratamos de evitarlo, porque el cambio asusta. Pero, según mi experiencia personal, el cambio siempre ha sido positivo. Aunque haya sido drástico, brutal a veces, siempre terrorífico (porque siempre he tenido mucho miedo a los cambios), pero ha sido la mejor manera de sentir que la vida me atravesaba, no me pasaba de largo. La cuestión es… ¿cómo cambiar?

Cada vez que pienso en los cambios, recuerdo el evangelio que escogí para mi boda, el de «mirad cómo crecen los lirios del campo, sin trabajar ni hilar. Os aseguro que ni Salomón, con todo su fasto, se vistió como uno de ellos. Pues si a la hierba del campo, que hoy crece y mañana la echan al horno, Dios la viste así, ¿no os vestirá mejor a vosotros, hombres de poca fe?». Este siempre ha sido un texto que me ha invitado al abandono en las manos amorosas del Padre, a no temer sino a confiar, que Él sabe lo que se hace.

Entonces descubro, tanto en la ciencia como en la fe, las claves del «cambio bueno de verdad»:

  1. Que, como me enseña la Química, no perdamos lo esencial, las piezas que conforman quiénes somos y cómo somos. Podemos aprender a ser mejores versiones de lo que somos, o podemos modificar algo de nuestras vidas que no funcionaba para pasar a un estado mejor, pero no perdamos lo esencial, lo que nos define. Hoy, que tantas personas buscan cambiar su aspecto físico tanto que ya no se parecen en nada a quiénes eran, seamos capaces de aceptar el cambio, dejarnos llevar por él, provocarlo si es necesario… pero mantengamos esas «piezas claves» de las que estamos constituidos.
  2. Que, en dicho cambio, pongamos la confianza en Dios. ¿Quién mejor para inspirar nuestras transiciones, nuestros procesos y vaivenes que Aquel que nos conoce mejor que nadie? Saberse acompañado en cada cambio que la vida trae es la mejor manera de afrontarlo.

Así que, con la llegada del otoño, que remueve hojas y modifica los paisajes de los que tanto hemos disfrutado en verano, invito a que reflexionemos en el cambio. En quiénes éramos, quiénes somos y quiénes queremos llegar a ser, y en cómo llegar a hacerlo posible. ¡Suerte!