Conocemos actualmente unos 118 elementos químicos. Los más antiguos (hablamos de edades anteriores a Cristo) son, entre otros, el oro, la plata, el cobre, el hierro y el carbono. Los más recientes (descubiertos en 2016) son el nihonio, el moscovio, el tenesino y el oganesón. Entre los primeros y estos últimos hay todo un despliegue de elementos químicos, cada uno con sus características, sus propiedades, su símbolo y, por supuesto, su nombre, a cual más original. Una no puede evitar contemplar la Tabla Periódica y sentir una especie de admiración, de cosquilleo emocionante al saber que ahí están todos los elementos que componen el mundo conocido, y también el que aún nos queda por explorar.
Hablando de Tabla Periódica, este maravilloso «invento» no fue ideado de la noche a la mañana. No es una especie de alacena, más o menos armónica a la vista, donde encontrar ordenados a todos los elementos que existen. Es el resultado de muchos años de observación y estudio y, sobre todo, es el resultado de la mente lúcida de Dimitri Mendeleiev.
Antes de Mendeleiev, hay un intento de clasificar los elementos en metales y no metales. Pero, claro, al ir aumentando el número de estos, esa clasificación ya se quedó pequeña. De ahí se pasó a diferentes métodos de clasificación: las triadas de Döbereiner, el tornillo telúrico de Beguyer de Chancourtois o las octavas de Newlands. Fue Dimitri Ivanovich Mendeleiev quien plantea que los elementos puedan relacionarse entre sí en función de las similitudes en sus propiedades químicas, proponiendo un sistema de ordenamiento y clasificación basado en los pesos atómicos y en las analogías en las propiedades de algunos elementos. Esta propuesta le llevó más lejos aún: predijo que esa ordenación tenía huecos. Estos huecos no eran errores ni vacíos en su teoría, sino simplemente los espacios que ocuparían los elementos que aún no se habían descubierto. Sí, Mendeleiev «predijo» que aún faltaban elementos por descubrir, e incluso fue capaz de decir dónde estarían ubicados esos elementos en su tabla. ¡Y no se equivocó!
Aunque su teoría contenía ciertos fallos (nada que no pudiera subsanarse sin alterar su propuesta), Mendeleiev estuvo muy próximo a ganar el Premio Nobel de Química, pero no lo logró. Y no fue por motivos científicos, sino por ciertas rencillas y deseos de revancha de algunos científicos que convencieron al jurado para que no se lo dieran. Una pena, pero eso es tema para otro artículo.
La Tabla Periódica me hace reflexionar acerca de qué lugar ocupamos las personas en el mundo. Cuando contemplas dicha tabla, no estás observando solo los elementos químicos que existen. Gracias a ella puedes extraer información de esos elementos: sus propiedades químicas, su radio atómico, si es metal o no, su estado de agregación a temperatura ambiente, qué tipo de enlace tenderá a formar, su configuración electrónica, si puede tener propiedades paramagnéticas… Cada elemento, desde el lugar que ocupa, te dice mucho de él mismo. Y cada elemento es único. Puede parecerse más a unos que a otros, pero solo parecerse. No hay ningún elemento exactamente igual a otro. Cada uno ocupa su sitio, y ese sitio que ocupa solo puede ser ocupado por él (un trabalenguas que tiene todo su sentido). Así, el caos se ordena y todo adquiere más sentido. Entonces nos es más fácil encontrar una explicación al mundo natural en el que vivimos, del que somos parte.
Quizás a las personas nos pase algo así. Cada uno de nosotros somos únicos en nuestra especie. Cada persona es genuina, especial, irrepetible. Unas pueden parecerse más a otras, ser más afines entre sí… pero cada una tiene su lugar en el mundo. Pero ese lugar en el mundo lo descubrimos solo cuando somos capaces de recorrer el largo camino que nos lleva a conocernos a nosotros mismos y, desde ahí, darnos a conocer. A lo largo de ese camino (un largo camino a «casa» que, yo diría, dura toda la vida) vamos entendiendo quiénes somos, cuáles son nuestros dones, cuál es nuestro sitio, por qué «aquí sí y allí no». Y no, no es un proceso de encasillamiento. Yo lo entiendo más bien como el maravilloso descubrimiento de lo que uno ha sido llamado a esta vida, a este mundo. Algo así como lo que decía san Pablo en su primera carta a los Corintios:
«Hay diferentes dones espirituales, pero el Espíritu es el mismo. Hay diversos ministerios, pero el Señor es el mismo. Hay diversidad de obras, pero es el mismo Dios quien obra todo en todos. La manifestación del Espíritu que a cada uno se le da es para provecho común».
Para provecho común… porque cada uno, por su cuenta, sí, es una pieza única y fascinante, pero juntos.. juntos todo funciona. Tenemos que atrevernos a ser nosotros mismos, ser eso que el Espíritu ha puesto en nosotros y nos hace ejercer una vocación. Y ser, no solo para uno mismo, sino también, y sobre todo, para los demás. Porque siendo para los demás… ahí se hace «la Tabla Periódica» más hermosa y poderosa jamás contada.