LAS REDES SOCIALES: ¿ALIADAS O ADVERSARIAS DE LA ERE?

Que vivimos en un mundo ávido de comunicación casi constante es una realidad que no escapa prácticamente a nadie. Somos seres sociales, por tanto, necesitamos de contacto con nuestros semejantes, lo que nos tranquiliza, emociona e, incluso, nos enriquece en múltiples ocasiones. No hay más que ver cómo se desarrollan nuestras rutinas diarias para constatar que la comunicación e información que recibimos de otros es casi permanente y que, en caso de carecer de ellas, nos sentimos frecuentemente angustiados, fuera de lugar o aislados de forma involuntaria.

En ese sentido se puede afirmar que, dependiendo de nuestra manera y frecuencia para interrelacionarnos con otros, experimentamos una mejora de nuestra percepción vital. La imagen que tenemos de nosotros mismos varía positivamente si estamos en conexión con los demás, si sabemos de ellos, si ellos tienen noticias nuestras. La comunicación nos proporciona bienestar.

Sin embargo, en algunas ocasiones, contamos con un exceso de información que procede del exterior o recibimos feedback desagradable. El contacto con el otro, en ese caso, se torna prescindible, perjudicial, molesto.

A estos supuestos de situaciones vitales han llegado las redes sociales como agentes que lo han transformado todo. Y a veces no para bien. Es habitual leer en Facebook, Twitter, Instagram y demás aplicaciones de uso frecuente más de un comentario hiriente, noticias que nos afectan negativamente, corrientes de opinión que hacen mella en nosotros de una manera tan sutil que paulatinamente caemos en cuenta que ese tejido comunicativo podría estar de más en nuestros quehaceres, en nuestra vida personal y profesional.

Pero en el plano de la educación y, más concretamente, de la enseñanza religiosa escolar, ¿hay posibilidad de que un uso razonable de las redes sociales influya positivamente en la transmisión de los conceptos, del Mensaje, de transcendencia? La respuesta es, rotundamente, .

Entre el año 3000 antes de Cristo y el 2000 después de Cristo se generó tanta información como la que en los dos últimos días ha circulado por la red. El primer tweet publicado por el papa Benedicto XVI tuvo un alcance mundial impresionante, con 35.000 seguidores en apenas dos horas en Twitter. El propio Benedicto aseveró que las redes sociales existen a nivel eclesial «para entrar en comunión con los hombres y mujeres de hoy allí donde se encuentran». Y es que la Iglesia ha encontrado en las diversas redes una herramienta o instrumento con un potencial abrumador para llegar a más personas, en menos tiempo y con una eficacia acorde a los tiempos tecnológicos actuales, tan sumamente influenciados por las herramientas TIC que se nos hacen imprescindibles para la vida tal y como hemos expuesto al comienzo de este artículo.

Por tanto, las redes sociales han de ser vistas como facilitadoras de la transmisión conceptual, meros altavoces para llegar más lejos, con claridad y de una forma atractiva, fresca, actual. De ahí que podamos asegurar que encajan dentro de la clase de Religión bajo este prisma de buenas prácticas en su utilización, como cualquier herramienta tecnológica que se precie para su uso en la vida en general, pero de forma particular en el ámbito educativo.

Incorporar redes sociales a la práctica docente conlleva responsabilidad, pero también un mar de posibilidades que se abren para ser aprovechadas en favor de una mejora educativa. La clase de Religión no puede vivir de espaldas a esa realidad y tanto el profesorado como su alumnado pueden y deber emplear estos nuevos cauces comunicativos para beneficio de la asignatura, de sus fines y de sus protagonistas. Gregory Burke, asesor de comunicación de la secretaría de Estado vaticana aseguró, en alusión a las redes sociales que «la Iglesia debe estar ahí». Toda una frase inspiradora para animar a la ERE en el uso de estos canales enfocándolos hacia un ámbito pedagógico, pastoral, evangelizador y sentirlos como aliados; nunca adversarios.

Digireli

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