Iniciación… la necesidad de construir una identidad
Una de las dimensiones existenciales que todos debemos afrontar es la construcción de nuestra propia identidad. De hecho, en nuestro mundo pluralizado esta necesidad ya no viene resuelta por el grupo social, como en otra época. Uno no nace sabiendo qué debe creer y qué puesto tiene en la vida. Por ello, resolver la gran pregunta «¿quién soy?» queda referida a «¿quién quiero ser?», es decir, queda en las manos de cada uno y en los criterios que decida usar para responderla.
Es, sin duda, el gran desafío de nuestra época. Y de nuestra pastoral. El cristianismo sociológico, en el que la iniciación al mundo social era la iniciación (por lo menos externa) a la comunidad eclesial, ya no existe. Nos enfadamos porque las familias ya no transmiten la fe, pero es que, si no tenían interiorizada la fe, claro que no lo harán, porque ya no coinciden grupo social y grupo de fe. Si, por mucho que estudiaran inglés, nunca fueron bilingües, no hablarán inglés en la familia.
Por ello, la iniciación cristiana cobra una importancia fundamental en nuestro tiempo, paralelo al que tenía en los tres primeros siglos de la historia de la Iglesia antes de que, en el siglo IV, el cristianismo fuera la religión oficial del Imperio.
La iniciación, nueva identidad acogida por el grupo
Pero ¿cuál es la clave de todo proceso de iniciación? Como señalaba hace muchos años Van Gennep, la clave de toda iniciación es la asunción de una nueva identidad. Para ello, la ritualidad se estructura en torno a tres momentos: preliminar, liminal y postliminal. «Liminal» viene del latín limes (frontera) y señala que la clave simbólica de la iniciación no es un reparto de títulos, sino un proceso existencial en el que la persona supera una serie de pruebas, crisis, un proceso de crecimiento que alcanza un objetivo claro: una nueva identidad.
Y otro antropólogo, Víctor Turner, añadía un componente más, a mi juicio muy importante: el proceso de iniciación culmina cuando el grupo al que se ha iniciado acoge al neófito, reconoce esa nueva identidad.
Esta síntesis antropológica nos deja bastantes preguntas:
- ¿Procesos de iniciación?
¿Ofrecemos procesos claros, integrales, en los que el joven sabe qué identidad se le propone? Cabe el riesgo de ir ofreciendo «cursos» (que acaban, claro, cuando obtengo el diploma, el sacramento en cuestión); o de ir ofreciendo entretenimiento en el tiempo libre, lo que, a medio plazo, es reemplazado por otro tipo de ocio cuando crecen… - ¿Identidad acogida por la comunidad?
Por otro lado, ¿ofrecemos un final claro a ese proceso? Es bueno fijarse en que los procesos de iniciación culminan con la aceptación del neófito por el grupo al que se inicia… ¿Tenemos verdaderas comunidades cristianas, vivas y comprometidas con el Reino en las que el joven puede integrarse, en el que se le reconozca su adultez cristiana? - En otra época, esta acogida no era tan necesaria, porque el grupo social era la gran comunidad cristiana. Pero ya no. Si el final de los procesos es la nada, la disolución en un mundo en gran medida acristiano… les dejamos en manos de dos opciones: la travesía del desierto de encontrar dónde insertarse eclesialmente (con el riesgo de fallecer de sed en el intento), o recogerse en la propia intimidad, con una vida cristiana individualista y amenazada siempre por la presión externa al consumo como fuente de felicidad.
Esto es clave: los sacramentos de iniciación cobran fuerza cuando de verdad nacen y desembocan en comunidades cristianas, como en los tres primeros siglos. En esas comunidades pueden decir con verdad que son adultos en la fe. Y las palabras de la Confirmación cobran verdad: es verdad que la comunidad los conoce y los presenta y es verdad que los acoge como nuevos hermanos de la fraternidad eclesial. Allí cobra sentido la
vela del Bautismo, que nos recuerda que no es el final, sino el inicio de un camino, acompañado, que debe culminar en la libre decisión de insertarse en la comunidad del Reino. - ¿Acompañados por iniciados?
Y aún cabe, a mi juicio, una tercera pregunta. Es evidente que solo puede iniciar el que ya ha sido iniciado. ¿Es así entre nosotros? Que los jóvenes se integren como animadores de los procesos pastorales es imprescindible (siempre que la iniciación a ser animador o catequista no sustituya a la de la comunidad cristiana). Pero esos jóvenes acompañan e inician porque han vivido a su vez la experiencia de iniciación y, por tanto, son capaces de iniciar. Esto es, han sido tocados por el Espíritu y han respondido que sí con su vida, aun con todos los límites de la juventud (como si los adultos no tuviéramos todavía más límites). Jóvenes que se sienten parte de la comunidad cristiana y enviados por ella a acompañar a otros. Y tocamos aquí otra clave importante: iniciar es proponer experiencias vitales que son leídas en comunidad, experiencias contrastadas con alguien, con acompañantes que ayudan a leer la propia vida, a poner palabras a lo vivido y a comprender la propia vida como camino.
Así, aunque el joven pueda entrar y salir del proceso, experimentar, equivocarse, liarla… sabe que hay alguien (una familia) que le acompaña siempre y que le espera.
En resumen: claves para una pastoral de iniciación
- Plantear procesos pastorales pautados y personalizados, donde se pueda ir construyendo libremente la propia identidad.
- Organizar espacios de toma de conciencia de la propia vida y de las decisiones, de manera que sienta que tomo la vida en mis manos.
- Simbolizar los cambios de etapa vital e incorporar en ellos como clave los sacramentos de iniciación cristianos.
- Concluir los procesos de iniciación con claridad, acompañando la desembocadura en la vida adulta.
- Apoyar y cuidar las comunidades cristianas adultas que sean el lugar de referencia de los jóvenes que han concluido los procesos de iniciación, donde se les reconoce la identidad adulta y en la que pueden incorporarse como tales.
- Cuidar procesos formativos que ayuden a capacitar iniciadores jóvenes, que sean los que acompañen a otros
en el camino de la fe.
José María Pérez-Soba
Centro Universitario Cardenal Cisneros
(Universidad de Alcalá de Henares)